“La Historia somos los mismos
haciendo lo mismo en un tiempo
y lugar diferente”
- Erika Martínez -
Afortunadamente ser plenamente consciente de que estás inmerso en los
epílogos de tu existencia terrenal tiene cosas buenas y cosas malas. Omitiré por sabidas las segundas. Es decir,
las menos positivas. Asumir que el
camino recorrido a pesar de sus cuestas y desniveles ha sido bastante
gratificante te da ánimos para apurar con ilusión este restillo de soplo de
vida. Los momentos que te quedan por
vivir se te presentan tan llenos de incógnitas como repletos de verdades a
despejar. Eso si, no te queda mucho
tiempo como para perderlo en banalidades. Hace ya algunos años que desistí de entrar en polémicas tan
estériles como repetitivas. El círculo de lo irracionalmente no superado se
sigue moviendo de manera monocorde. En las esferas “intelectuales” del Flamenco
¡todavía! andan enredados con las voces lainas o afillás y la importancia fundamental
de artistas gitanos o payos. ¡Qué pesadez Dios mío! ¿Hasta cuando tendrán al
Flamenco secuestrado en las catacumbas del “catetismo ilustrado”? Se sigue
“debatiendo” entre priorizar una Sevilla clásica (tradicionalista) o una de
corte vanguardista (modernista). Pero, almas de cántaro, ¿existe algo más
avanzado que armonizar ambos conceptos? Así podríamos seguir desgranando conceptos,
culturales, sociales y/o políticos, que se mantienen firmes y tozudos a pesar del paso del tiempo (los tiempos). Las mismas canciones con distintas músicas
pero con las mismas letras. Salirse
definitivamente de este laberinto es el mejor favor que podemos hacerles a
nuestro ya gastado y sufrido intelecto.
Reconozco, no sin cierto pesar, que cada vez me aburren más no pocas
cosas (gente) de las que me rodean. Ser,
en no pocas ocasiones, una especie de “Llanero solitario” se me presenta como
una necesidad vital. Observo con enorme satisfacción que muchos jóvenes están
ya de vuelta (sin necesidad de haber ido siquiera) de todos estos “laberintos
dialécticos”. Cuanto antes sepan separar el trigo de la paja más útil les
resultará su complicada existencia. El
tiempo, nuestro tiempo, siempre es finito, bien por imprevisible o por la ley
que rige la naturaleza humana. He tenido
la inmensa suerte de conocer y gozar del afecto de personas que, a una edad muy
avanzada, se lamentaban del poco tiempo que les quedaba y, de manera paralela,
de cuanta tinta les quedaba aún por gastar en el tintero de sus inquietudes. Por ahí andamos (o al menos lo intentamos). Tiempo
finito esperando inmisericorde poner el cierre cuando se cumpla la –nuestra-
fecha de caducidad.
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