Hay temas musicales que te atrapan amorosamente de por vida y que
forman parte indisoluble de tu patrimonio sentimental. Canciones que te
retrotraen a épocas pasadas donde todo estaba por estrenarse y la ilusión era
tu inseparable compañera de viaje. Hay un tema de “The Shadows” llamado
“Atlantis” que se me representa como uno de los baluartes musicales de mi
existencia. Lo habré escuchado a lo largo de mi vida cientos de veces y
reconozco sin ambages que me produce la misma impresión que la primera vez. Me
suena a veranos juveniles de excursiones domingueras a la playa con Hermandades
del Trabajo y a “Pikú” de azoteas con tinajas de sangría. “The Shadows” nos
sonaba fundamentalmente a nuevos aires de libertad y al convencimiento de que
otro mundo –musical y social- era posible. Éramos jóvenes que veníamos de la
hambruna, la represión y la miseria. Portadores de un fardo cargado de
ilusiones. La música anglosajona representaba para nosotros el culmen de la
modernidad y, en ella, “The Shadows” y “The Beatles” ocupaban un lugar de
privilegio. Anteriormente Elvis nos había puesto en el buen camino (gracias eternas
a la base norteamericana de Morón). ¡Por fin! nuestra rebeldía juvenil estaba
encontrando cauces que nos llevaba a los mares de la libertad. Hablar hoy de
frustraciones generacionales carece de sentido. El tiempo, cruel y
desmitificador, siempre termina
arrasando con todo y con todos. La vida
es frustrante por su propio desenlace. Fuimos felices y eso es lo verdaderamente importante.
Mi generación siempre llevará a “Atlantis” en el corazón y en la memoria
sentimental. No podemos caer en permanentes ejercicios de nostalgia. Vivamos el
presente soñando con el porvenir. Nuestro pasado es el mejor antídoto contra la
desesperanza actual. Que suene “Atlantis” una y mil veces para demostrarnos de
manera fehaciente que nada está nunca irremediablemente perdido. Todo puede –y debe- cambiar para mejor.
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