“Me valga Dios y la luna
si me pillan los civiles
con el saco de aceituna”
No existía pueblo andaluz sin su correspondiente Calle Larga (y su
Cuartelillo de la Guardia Civil).
Artería principal donde discurría placidamente la vida de sus habitantes.
Fundamentalmente en domingos y festivos. Hace unos años la gente se paseaba por
la Calle Larga
para ver y, lo más importante, para dejarse ver. Roneos de romances juveniles
en perspectiva con su cruce de miradas cómplices donde siempre se anhelaba
el…”y yo también”. Las muchachas (¡bonita palabra!) paseaban de tres en tres con
sus brazos entrelazados. Las madres y abuelas se sentaban en los bancos
laterales para que nada ni nadie escapara a sus miradas escrutadoras. Los
muchachos iban en pandillas haciéndose notar y procurando ser el blanco de las
miradas de sus futuras enamoradas. Allí todo el mundo se conocía y aparentar lo
que no se era traía consecuencias chismosas colaterales. Pretendientes y pretendidas jugando por la
calle, la Calle Larga,
al eterno y maravilloso juego de la seducción. “Voy por la calle abajo, cuando vuelvo pa arriba subí me cuesta trabajo”. Los hombres adultos mientras
tanto se entretenían en las tabernas en conversaciones tan intranscendentes
como necesarias. Los niños se preocupaban solamente de jugar y escuchar el eco
cercano de sus madres y abuelas en sus dos avisos para navegantes: no
ensuciarse la ropa y procurar no caerse con la vehemencia del juego. En mis veranos infantiles me iba a Los
Palacios a casa de mi tía Isabel. ¡Que etapa de mi vida más placentera y feliz!
Allí recuerdo una Calle Larga que se ponía
de bote en bote cada domingo y/o festivo. Las distracciones de la época siempre se
producían de puertas hacia fuera y ya hoy esa forma de vida pertenece a los
tiempos pasados y, sobre todo, perdidos. Los tiempos cambian que es una
barbaridad. Unas veces para bien y otras, a que negarlo, para mal. Desaparecen formas de vida y se nos aparecen
otras diametralmente opuestas. Hoy
vivimos rodeados de una serie de artilugios donde para comunicarnos ya no hace
falta ni vernos, ni hablarnos y mucho menos tocarnos. Todo se nos presenta
enmarcado dentro de eso que llaman “la realidad virtual”. Se perdió la Calle Larga de los pueblos
andaluces y con ella una forma de sociabilidad sana y enriquecedora. Ahora son
los coches quienes deambulan por la misma buscando el soñado hueco donde
aparcar. Hemos cambiado la “Guasa” por el “Wasap” y el tiempo dirá si hemos salido
ganando o perdiendo. Calle Larga en la memoria sentimental de los pueblos de
Andalucía. La vida popular paseando gozos y penas en su expresión más noble.
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