lunes, 9 de junio de 2014

Ilusiones compartidas





“Pueda yo siempre conservar una sonrisa de alegría,
reconociendo eternamente mis versos;
pues aquí y ahora,  firmo por el alma y por el cuerpo,
y pongo ante ellos mi nombre”                                                                   
- Walt Whitman -

Miss Esther era una señora (prefería que le llamasen señorita) norteamericana guapa y culta a más no poder. Se quedó viuda de un millonario colombiano del que, a pesar de sus millones, siempre habló muy bien. No tuvieron hijos y ambos pasaban largas temporadas en Sevilla de la que estaban fervientemente enamorados (no existe nada más sevillano que un foráneo prendado perdidamente de la Ciudad).  Miss Esther compró al enviudar una casa en el Barrio de Santa Cruz.  En la parte alta instaló su vivienda. Allí vivía sola sin más compañía que sus recuerdos, un gato y un loro. En la planta baja puso una bien surtida librería de libros antiguos y de ocasión.  Allí encontramos acogida humana y calor cultural una serie de jóvenes de ambos sexos con inquietudes culturales, sociales y políticas.  Miss Esther ejercía sobre nosotros una poderosa y beneficiosa influencia.  Siempre salíamos de allí con algún libro de más y unos cuantos prejuicios de menos.  Dentro de la Librería costaba desplazarse por los montones de libros diseminados por todas partes (aunque ella sabía siempre donde encontrar el deseado). En una esquina tenía una pequeña mesa-camilla con algunos taburetes alrededor y depositado con exquisitez sobre la misma un juego de café de “La Cartuja”.  Ella solía sentarse en una mecedora de mimbre representándosenos como una auténtica matriarca cultural.  Siempre uno de nosotros llevaba unos dulces para la merienda y Miss Esther preparaba con esmero un café tan sabroso como participativo. Se organizaban cada tarde tertulias pausadas e interminables donde Miss Esther solo ponía una condición: hablar solo de Literatura, Cine o Teatro.  Ella fue la primera que me dio para que leyera un libro de Bertrand Rusell (“Matrimonio y moral”-1929) y me inició en la poesía de Mister William Shakespeare y de Walt Whitman.  Hace unos años un amigo historiador que tuvo acceso a los archivos de la Brigada Política-Social de Sevilla me dijo que aquel sitio por sospechoso estaba controlado por la Policía. Parece ser que la gran influencia que tuvo el extinto marido de Miss Esther en las altas esferas franquistas propició que pararan el golpe.  Fuimos cumpliendo años y la vida nos fue separando poco a poco. Algunos, los menos, íbamos a visitarla de tarde en tarde pero ya las cosas no eran igual.  Un día vimos aquello cerrado a perpetuidad.  Conocíamos que Miss  Esther padecía un galopante Alzheimer que incluso propició en un descuido que prendiera fuego al salón de su casa.  Creo que fue el cónsul de EEUU quien gestionó su ingreso en una Residencia de la Tercera Edad de Torremolinos. Ya nunca más supimos de Miss Esther.  Me acuerdo de ella pues hoy he descubierto por casualidad una edición de “Hojas de Hierba” de Walt Whitman que me regaló. Está editada por “Organización Editorial Novara” de Barcelona y en la primera página una dedicatoria fechada en marzo de 1969 que me estremeció: “Para Juan Luis con cariño de su siempre amiga Esther”.  Los momentos compartidos a través del afecto y la ilusión son lo único que siempre nos mantendrán vivos cuando ya no estemos.  Vivir consiste, en definitiva,  en compartir cariño e ilusiones.

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