A principios del pasado febrero la prensa de EEUU nos proporcionaba a
los buenos aficionados al Cine una más que mala noticia. Decía lo siguiente: “El actor Philip Seymour Hoffman, de 46 años,
fue encontrado muerto este domingo en su apartamento de Manhattan con una
jeringuilla clavada en el brazo”. Este actor estadounidense se nos
configura, reconocido por críticos y cinéfilos, como uno de los actores más
interesantes de los últimos años. Su
interpretación en la película “Capote” (2005) basada en la vida del novelista
Truman Capote recibió toda clase de premios y alabanzas (incluyendo un Oscar a
la mejor interpretación masculina). Recientemente el Diario “El País” nos
proporcionó en entregas semanales la filmografía completa de Philip Seymour
Hoffman (14 películas). Un regalo impagable que puso al alcance de los buenos
cinéfilos toda la grandeza de un actor que triunfó clamorosamente en el Cine
pero que fracasó estrepitosamente en la vida (la suya). Adicto a las drogas (concretamente a la
heroína) su círculo más intimo comprobaba sin poder remediarlo como cada día se
hundía un poco más moral y físicamente.
¡Maldita drogas que convierten a muchos genios en muñecos rotos! ¿Qué laberintos mentales llevan a una persona
a programar su propia autodestrucción?
El ser humano es complejo por su propia naturaleza y nadie puede ponerse
dentro de la mente de otro. Cada vida es
un dilema y, desgraciadamente, en no pocas ocasiones se despeja con muertes
absurdas y prematuras. El mundo del Arte
y la Cultura
está salpicado de genios que cayeron victimas de sus propios excesos. Nos dejaron un legado artístico y/o cultural
majestuoso para que la eternidad les proporcione lo que sus vidas le negaron: la
paz del alma por el trabajo bien hecho.
Seamos benevolentes con sus trágicas vidas y honremos su memoria que,
como en el caso de Philip Seymour Hoffman, nos proporcionaron tantas horas de
felicidad. La vida es dura y complicada y cada uno la encara con los medios que
le resultan más útiles. No podemos ser
jueces de aquellos que ponen fecha de caducidad a sus propias existencias.
Philip Seymour Hoffman, gracias a la magia del Cine, siempre será eterno entre
nosotros.
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