Si le pedimos a Wikipedia datos informativos sobre el funcionamiento
del cerebro nos dice lo siguiente: “El
cerebro procesa la información sensorial, controla y coordina el movimiento, el
comportamiento, los sentimientos y puede llegar a dar prioridad a las funciones
corporales homeostáticas, como los latidos del corazón, la presión sanguínea,
el balance de fluidos y la temperatura corporal (….….) El cerebro es
responsable de la cognición, las emociones, la memoria y el aprendizaje. La
capacidad de procesamiento y almacenamiento de un cerebro humano estándar
supera aún a las mejores computadoras hoy en día”.
Hasta la fecha es muchísimo lo que la Ciencia ha avanzado para
descifrar y analizar las claves del comportamiento del cerebro, pero todavía es
largo el camino por recorrer. Todo cuanto percibimos, sentimos, aprendemos y
expresamos tiene su origen en la “máquina perfecta” que tenemos situada encima
de los hombros. Cuando una persona expresa un comportamiento irracional
rápidamente decimos de ella que “se le ha ido la olla”. A lo largo de mi vida he conocido dos casos muy
cercanos y llamativos de personas, que sin entrar en el terreno de los excesos,
perdieron por completo la razón. Personas normales que un día dejaron de serlo.
Uno fue un compañero del Servicio
Militar que, dado su espíritu sensible, fue incapaz de asimilar aquel mundo tan
irracional como primitivo. Los ardores guerreros no entienden de
sensibilidades. Terminó en el Hospital Militar hablando con las paredes y sin
conocer a nadie ni a nada. Iba a
visitarlo casi a diario y en muy poco tiempo lo consideraron “No apto para el Servicio”
y lo mandaron para su casa irreversiblemente desquiciado. Otro fue un hombre
que tenía una tienda de comestibles en la calle de mi infancia y que era uno de
los más grandes y mejores sevillistas que he conocido. Poco a poco se fue
volviendo más huraño e introvertido y decía mi madre que antes de que lo
ingresaran en Miraflores confundía el azúcar con el bacalao. Fuimos un día
verlo y, aparte de no conocernos, dicen que se llevaba todo el día
riéndose a carcajadas. A pesar de los
años transcurridos recuerdo la cara de aquel hombre –y su nombre- con absoluta
nitidez.
Afortunadamente hoy las enfermedades mentales están perfectamente
contextualizadas y no se trata a los enfermos, como antaño, con un solo
diagnóstico: estar “loco”. Acudir hoy a
la consulta de un Psiquiatra se ha convertido ya en un gesto rutinario y nada estigmatizante.
La vida actual, con sus trampas, agobios y encerronas de todo tipo, ha
propiciado que aumente potencialmente el número de persona con Depresión. La
mayoría de las enfermedades mentales tienen hoy tratamiento y enormes
posibilidades de ser curadas o corregidas.
Hasta las máquinas más perfectas corren el riesgo, con el mal uso, de
sufrir serias averías. Pero no solamente
debemos corregir (aunque también procede hacerlo) nuestro estado anímico y
existencial. La clave siempre estará en
abordar sin complejos aquello que de manera externa nos trastoca y provoca en
nuestra mente un desbordamiento emocional. No basta con cambiarle los “cordeles a nuestra
azotea” si antes no profundizamos en las causas de su continuo deterioro. En la vida nada es perfecto incluyendo a
nuestra “máquina” de sentir, pensar, aprender y actuar. Lo cantaba magistralmente Pancho Céspedes en
una canción…”Esta vida loca”.
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