viernes, 14 de noviembre de 2014

La máquina perfecta





Si le pedimos a Wikipedia datos informativos sobre el funcionamiento del cerebro nos dice lo siguiente: “El cerebro procesa la información sensorial, controla y coordina el movimiento, el comportamiento, los sentimientos y puede llegar a dar prioridad a las funciones corporales homeostáticas, como los latidos del corazón, la presión sanguínea, el balance de fluidos y la temperatura corporal (….….) El cerebro es responsable de la cognición, las emociones, la memoria y el aprendizaje. La capacidad de procesamiento y almacenamiento de un cerebro humano estándar supera aún a las mejores computadoras hoy en día”.

Hasta la fecha es muchísimo lo que la Ciencia ha avanzado para descifrar y analizar las claves del comportamiento del cerebro, pero todavía es largo el camino por recorrer. Todo cuanto percibimos, sentimos, aprendemos y expresamos tiene su origen en la “máquina perfecta” que tenemos situada encima de los hombros. Cuando una persona expresa un comportamiento irracional rápidamente decimos de ella que “se le ha ido la olla”.  A lo largo de mi vida he conocido dos casos muy cercanos y llamativos de personas, que sin entrar en el terreno de los excesos, perdieron por completo la razón. Personas normales que un día dejaron de serlo.  Uno fue un compañero del Servicio Militar que, dado su espíritu sensible, fue incapaz de asimilar aquel mundo tan irracional como primitivo. Los ardores guerreros no entienden de sensibilidades. Terminó en el Hospital Militar hablando con las paredes y sin conocer a nadie ni a nada.  Iba a visitarlo casi a diario y en muy poco tiempo lo consideraron “No apto para el Servicio” y lo mandaron para su casa irreversiblemente desquiciado. Otro fue un hombre que tenía una tienda de comestibles en la calle de mi infancia y que era uno de los más grandes y mejores sevillistas que he conocido. Poco a poco se fue volviendo más huraño e introvertido y decía mi madre que antes de que lo ingresaran en Miraflores confundía el azúcar con el bacalao.  Fuimos un día  verlo y, aparte de no conocernos, dicen que se llevaba todo el día riéndose a carcajadas.  A pesar de los años transcurridos recuerdo la cara de aquel hombre –y su nombre- con absoluta nitidez.

Afortunadamente hoy las enfermedades mentales están perfectamente contextualizadas y no se trata a los enfermos, como antaño, con un solo diagnóstico: estar “loco”.  Acudir hoy a la consulta de un Psiquiatra se ha convertido ya en un gesto rutinario y nada estigmatizante. La vida actual, con sus trampas, agobios y encerronas de todo tipo, ha propiciado que aumente potencialmente el número de persona con Depresión.  La  mayoría de las enfermedades mentales tienen hoy tratamiento y enormes posibilidades de ser curadas o corregidas.  Hasta las máquinas más perfectas corren el riesgo, con el mal uso, de sufrir serias averías.  Pero no solamente debemos corregir (aunque también procede hacerlo) nuestro estado anímico y existencial. La clave siempre  estará en abordar sin complejos aquello que de manera externa nos trastoca y provoca en nuestra mente un desbordamiento emocional.  No basta con cambiarle los “cordeles a nuestra azotea” si antes no profundizamos en las causas de su continuo deterioro.  En la vida nada es perfecto incluyendo a nuestra “máquina” de sentir, pensar, aprender y actuar.  Lo cantaba magistralmente Pancho Céspedes en una canción…”Esta vida loca”.

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