miércoles, 21 de enero de 2015

Capricho divino


 
Marcelo Campanal saltaba por los cielos de Sevilla despejando balones imposibles. Silvio cantaba su “Rezaré” y terminamos todos postrados ante las Dolorosas sevillanas. La luna por Triana repartía sus luces de plata entre soniquetes de Soleá de los Alfareros y barquillas atracadas en la orilla –la suya- del Río Betis. Los capotes toreros se ventilaban con el aire de las azoteas de San Bernardo. Por el Barrio de la Judería se escuchaba un salmo que llamaba a la oración y al sosiego.  En la Macarena una Virgen le daba su divino rostro a la Ciudad para que nadie tuviera nunca que preguntarle a los espejos quien era la más guapa. Por San Lorenzo Dios, sirviéndose de Juan de Mesa, le dio forma humana a su Hijo para que la Soledad fuera consolada por la Fe de un pueblo. La “Puerta del Príncipe” de la Real Maestranza permaneció abierta toda la noche por si bajaba Pepe Luis de los cielos. Vallejo le cantó una Saeta a la Amargura y los luceros de la noche derramaron lágrimas de purpurina. Por el Barrio del Arenal se arrastraban los cofres de los veleros con sabores a sal y brea. Las campanas de la Giralda tocaron a gloria y una Virgen en la Capilla Real se sonreía con la complicidad de su niño. En el Salvador Dios hecho Hombre camina cansado, pero nunca humillado, hacia una muerte inevitable que, a través del Amor, se hace patente en una esquina del Templo. Las palomas de la Plaza de América buscan las manos de los niños para llenarse el buche de arvejones y las alas de luces mañaneras. Por Capuchinos una Santa abre corazón y manos para que la caridad tome cuerpo y forma. Una Candela cruza radiante la noche estrellada de los Jardines de Murillo y, desde lo lejos en la Puerta de la Carne, nos llega un olor a pavías de bacalao. Los Flamencos se recogen en los amaneceres del Barranco ebrios de cante y con los bolsillos llenos de estrellas. Las monjitas del Convento de Madre de Dios celebran misa de maitines y en el horno se cuecen las magdalenas con sabor a gloria.  Cernuda se apoya entre Aire y Acetres para apuntalar el alma poética de la Ciudad.  Dicen que cuando Dios terminó su “faena” pensó que ya era hora de darse un capricho. Señaló con su divino dedo hacia el Sur de todos los sures  y….¡creó Sevilla!

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