Marcelo Campanal saltaba por los cielos de Sevilla despejando balones
imposibles. Silvio cantaba su “Rezaré” y terminamos todos postrados ante las
Dolorosas sevillanas. La luna por Triana repartía sus luces de plata entre soniquetes
de Soleá de los Alfareros y barquillas atracadas en la orilla –la suya- del Río
Betis. Los capotes toreros se ventilaban con el aire de las azoteas de San
Bernardo. Por el Barrio de la
Judería se escuchaba un salmo que llamaba a la oración y al
sosiego. En la Macarena una Virgen le
daba su divino rostro a la
Ciudad para que nadie tuviera nunca que preguntarle a los
espejos quien era la más guapa. Por San Lorenzo Dios, sirviéndose de Juan de
Mesa, le dio forma humana a su Hijo para que la Soledad fuera consolada
por la Fe de un
pueblo. La “Puerta del Príncipe” de la Real Maestranza
permaneció abierta toda la noche por si bajaba Pepe Luis de los cielos. Vallejo
le cantó una Saeta a la
Amargura y los luceros de la noche derramaron lágrimas de
purpurina. Por el Barrio del Arenal se arrastraban los cofres de los veleros
con sabores a sal y brea. Las campanas de la Giralda tocaron a gloria y una Virgen en la Capilla Real se sonreía con la
complicidad de su niño. En el Salvador Dios hecho Hombre camina cansado, pero
nunca humillado, hacia una muerte inevitable que, a través del Amor, se hace
patente en una esquina del Templo. Las palomas de la Plaza de América buscan las
manos de los niños para llenarse el buche de arvejones y las alas de luces
mañaneras. Por Capuchinos una Santa abre corazón y manos para que la caridad
tome cuerpo y forma. Una Candela cruza radiante la noche estrellada de los
Jardines de Murillo y, desde lo lejos en la Puerta de la Carne, nos llega un olor a pavías de bacalao. Los
Flamencos se recogen en los amaneceres del Barranco ebrios de cante y con los
bolsillos llenos de estrellas. Las monjitas del Convento de Madre de Dios
celebran misa de maitines y en el horno se cuecen las magdalenas con sabor a
gloria. Cernuda se apoya entre Aire y
Acetres para apuntalar el alma poética de la Ciudad.
Dicen que cuando Dios terminó su “faena” pensó que ya era
hora de darse un capricho. Señaló con su divino dedo hacia el Sur de todos los
sures y….¡creó Sevilla!
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