No tengo reparos en reconocer que adolezco de eso que se llama “Cultura
cofrade”. No vivo el día a día de las novedades que acontecen en las
Hermandades de Sevilla y, sobre las mismas, mi nivel de conocimiento es más
bien cortito. Como todo lo relacionado
con Sevilla me interesan y entiendo que en la Historia de las mismas
está implícita el alma de la Ciudad. Fundamentalmente
los aspectos antropológicos, sentimentales o historicistas de tan magno
acontecimiento. Soy, por distintas razones, Hermano de Pasión, la Candelaria y el Gran
Poder. Desde hace ya algunos años hago la Estación de Penitencia acompañando al Señor de
Pasión. Cada tarde de Jueves Santo se me representa como el momento culmen de
todo el año. Pero que nadie me pregunte como se llama el capataz de Pasión pues
no sabría contestarle. Evidentemente podríamos hacernos la siguiente pregunta:
¿si cambian de capataces el Señor de Pasión o el del Gran Poder se verá
reducida su magnificencia en la calle? Sinceramente, y desde mi reconocida
ignorancia, creo que uno de los males endémicos de nuestra Semana Mayor es
confundir lo fundamental con lo accesorio. Veo de vez en cuando algunos de los
Programas de Semana Santa que se emiten en las televisiones locales y algunos
me dejan perplejo. Se abren encendidos debates sobre la manera de “andar” los
pasos; los exornos florales; las restauraciones; las bandas de música; la
manera de vestir a las vírgenes o las cuadrillas de costaleros. Lo principal, es decir el fervor a lo que las
imágenes representan queda no pocas veces en un segundo plano. El compromiso
cristiano; la solidaridad asistencial; la asistencia a los Cultos de la Hermandad; las visitas
regulares a las Capillas en busca de paz y sosiego y, no digamos, la asistencia
al acto de la Eucaristía
quedan relegados a un plano secundario. Lo accesorio, que en definitiva es lo
que vende, siempre ocupa un lugar preferente. En su día me llamó poderosamente
la atención que hasta de tres Hermandades distintas me ofrecieran la posibilidad de dar un Pregón. Aparte de agradecer de todo corazón la
gentileza, si los aceptara (seguro que, por desconocimiento, lo haría de manera
horrorosa) caería en algo que, profundamente, me repatea: la impostura. Ignoro si se me puede catalogar como un
cofrade al uso. Sinceramente creo que en absoluto lo soy. Vivo, eso si,
intensamente los preámbulos de la Semana
Santa (la
Cuaresma) por entender que en ellos se nota como la Ciudad palpita de gozo y se
ennoblece. El Pregón (en Sevilla los hay ya por decenas y para todos los
gustos) lo he seguido en algunas ocasiones pero ya se me representa como algo
cansino, caduco y obsoleto. Puede que, para lo bueno y para lo malo, la Semana Santa se nos configure
como algo espiritualmente imprescindible pero, en no pocas ocasiones,
gestionada por “niños grandes” que se niegan a crecer. No se puede entender
Sevilla sin su Semana Mayor ni tampoco históricamente sin el amasijo de sus
contradicciones. Respetando, como no
puede ser de otra forma, la manera de pensar que cada cual tenga sobre este
hermoso evento donde confluyen fe, tradición, sentimientos y belleza. Puede
que, por mi parte, no deje de ser un ejercicio de arrogancia escribir y opinar
sobre cosas que no conozco en profundidad. Mis disculpas por adelantado. Lamentablemente
la osadía conoce pocos límites.
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