Me lo encontré en la sevillana Plaza de la Alfalfa y casi no lo
reconocí. Fue él quien al cruzarse conmigo me llamó de la forma que solo me
llaman mis grandes amigos. Con un cariñoso Juanlu que le salió desde el fondo
de sus sentimientos. Lo conocí en mi etapa de adolescente en la sede de
Hermandades del Trabajo situada por aquellos años en la calle Abades. De hecho
él vivía en la citada calle. Era –y lo
es todavía afortunadamente- unos cinco años menor que yo. Se llama Javier pero
todo lo conocíamos por el “Postura”. Un auténtico príncipe que repartía su
carisma a diestro y siniestro. Un porte
aristocrático, una indisimulada “buenas hechuras” y un trato cariñoso, sincero,
educado y desprovisto de afectación lo hacían irresistibles para las muchachas
de nuestro grupo. Trabajaba, como su padre, de administrativo en la Compañía Telefónica
en la sede de Plaza Nueva. Tenía una enorme capacidad para revolucionar en
positivo todas nuestras reuniones. Bien fuera con excursiones playeras a las
playas de Huelva o programando bailes domingueros (era capaz en un par de horas
de organizarnos los saraos más interesantes).
Hace ya muchos años que le perdí definitivamente la pista. Eso si, de
vez en cuando me llegaban noticias de que su salud estaba en franco
deterioro. Tenía achaques como para
rellenar de diagnósticos una planta del Hospital Virgen del Rocío. “El Postura” que me saludó con un fraternal
abrazo en la calle Alcaicería ya no era en absoluto mi –nuestro- “Postura”.
Caminaba muy lentamente apoyándose en un bastón y tenía la cara abofada del
consumo de fármacos. Mantenía, eso si,
su elegante porte y, admirablemente, una dosis considerable de su alegría de
antaño. Nos sentamos un buen rato en el “Bar Europa” y estuvimos charlando
sobre un ayer que nunca volverá y un presente que nunca termina de irse. Vive
actualmente en el Barrio de Santa Cruz con su hermana Chari (nunca llegó a
casarse. ¡Con la de palomas que comieron en su mano!). He quedado en ir a verlo
dentro de pocos días y darnos un reposado paseo (en su caso obligado por las
circunstancias) por los Jardines del Alcázar.
Comprobar como la vida va destronando a estos príncipes que tanto
significaron para nosotros me produce desosiego. Bien cierto es que es ley de vida envejecer y
sufrir por activa o por pasiva el deterioro que provoca el paso de los
años. Pero existen cosas a las que nunca
llega uno a acostumbrarse. “El Postura”
se arrastra ya como alma en pena y a mi esto me produce pena en el alma. Pero, eso si, fuimos insultantemente jóvenes
y nos bebimos en buena armonía el néctar de la juventud.
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