Que duda cabe que los resortes psicológicos que mueven el
comportamiento y/o el carácter de las personas es imprevisible. Desde niño
siempre he tenido una cierta tendencia a observar a las personas que rodeaban
mi entorno. Es algo que los años no han hecho más que acrecentar y puede que en
ello esté presente mi condición de sociólogo frustrado. No lo hago ni en plan
inquisitorial ni amparado en una morbosa curiosidad. Más bien intentando
desentrañar la manera de sentir y actuar individualmente de algunos seres
humanos. Recuerdo de muy joven con absoluta nitidez el comportamiento de dos
ancianos que vivían muy cerca de mi casa. Uno, Baldomero, era un hombre al que
la vida había tratado de manera inmisericorde. Tuvo que padecer en sus carnes
la muerte de su joven esposa y, en el colmo de las desgracias humanas, enterró
a su hijo Felipe cuando este tan solo tenía treinta años de edad. Tuvo que
criar a sus cuatro hijos sin más ayuda que la que le prestaba su hermana Carmela.
Pues -y nunca mejor dicho- a pesar de los pesares era un anciano jovial,
bondadoso, solidario y siempre con una sonrisa en los labios. Por otra parte estaba Francisco. Un hombre al
que, a lo largo de toda su vida, las
cosas siempre le funcionaron a la perfección. Casado con Isabel que era un encanto
de persona y padre de tres hijos de los que podía presumir con largueza. Tenía
todos los ases de la baraja para haber podido encarar la vejez con una
placentera felicidad por compañera. La realidad era bien distinta. Era arisco,
casi rozaba la grosería, peleón de discusiones tan banales como interminables y
siempre despotricando de lo humano y lo divino. Lo que se conocía popularmente
por “un viejo gruñón”. Esto me planteaba ciertas dudas de que lo vivido terminé
al final marcando nuestro carácter. Recuerdo haber leído hace unos días en un
suplemento cultural una entrevista con uno de mis escritores (españoles) de
culto (omitiré el nombre por carecer de especial relevancia el darlo). Este
hombre siempre ha reconocido que su vida familiar le ha resultado bastante
placentera y que hoy goza del cariño y el respeto de su esposa, hijos y nietos.
En lo literario ha conseguido todos los premios posibles y tiene al menos seis
novelas que se me antojan imprescindibles dentro de la Literatura española
contemporánea. Cada entrevista que le
hacen es un canto a la acritud en sus formas más descarnadas. Todo le resulta
una mierda. Da igual que se trate de la política, la sociedad, el periodismo,
la religión o la cultura. No deja títere con cabeza. La impertinencia de
algunas de sus respuestas entra de lleno en el campo del exabrupto más
descarnado. Las ilusiones y los sueños son tan solo eso: ilusiones y sueños.
Nunca se cumplen tal como las pensamos o soñamos pero eso forma parte del
ejercicio de vivir. Los proyectos en la vida en la mayoría de las ocasiones se
quedan en eso: en proyectos. Pero siempre será mejor que irse de este mundo,
tan injusto como bello, dando un portazo es hacerlo dejando la puerta
entreabierta. Por lo menos si los pájaros levantan el vuelo desde las ramas que
sea solo por la tormenta. Que no lo hagan nunca asustados por el ruido de
nuestras voces, tiros y ecos. Si la vida
te ha tratado bien al menos, en reciprocidad, trata tú bien a la vida.
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