Por tener que sustituir mi ya obsoleto ordenador y sus elementos
accesorios estuve recientemente un tiempo sin conexión a Internet. También
quería aprovechar para plantearme el cambio de Compañía. He estado desconectado
a Internet casi dos meses. Aclarar, eso si, que en circunstancias normales y
disponiendo de mucho tiempo libre mis “enganches” a Internet difícilmente
superan las dos o tres hora diarias. Sin embargo reconozco que la carencia
durante ese tiempo de ese contacto con lo que me rodea e interesa me produjo
una cierta desazón. Visitar cada día las
ediciones digitales de los periódicos; visitar los blog de gente que considero
interesante o navegar en busca de conocimientos y sentimientos ya forman parte
de mi vida. Dentro de los artilugios que utilizamos a diario y que ya forman de
nuestra vida cotidiana esto que llaman la Red se nos representa como algo casi
imprescindible. En nuestras conversaciones hemos pasado del “lo escuché en la
radio o lo he leído no se donde” a “lo he visto en Internet”. Es como si
aquellos –o aquellas- que no estuvieran conectados a Internet no existieran. Le
dices a alguien “te lo mando por correo electrónico” y si te dice que no lo
tiene lo miras como a un bicho raro.
También, dicho sea de paso, existen casos que en un ejercicio de falsa
exquisitez “progre” alardean de no tener Internet ni tampoco, evidentemente,
ver la televisión. Todas aquellas herramientas que, en positivo, sirvan para
poder relacionarnos mejor y ampliar nuestros conocimientos bienvenidas sean. El
buen o mal uso que demos a las mismas es ya otra cuestión. Reconozco que cuando por fin reanudé mi
“romance” con la Red
sentí una cierta sensación placentera. Es como si hubiera dejado aparcado a un
viejo amigo y mejor aliado y volviera a recuperarlo. Me ocurre como cuando
vuelvo a ver alguna de mis películas de culto. Son reencuentros que te hacen
crecer como personas y es como si te dijeran: “Vaya, menos mal, creí que te
habías olvidado de mí”. La orfandad del alma es la peor de todas pero después
le sigue la del intelecto desprotegido.
Navegamos solos por los mares de la vida y los sueños y cualquier tablón
donde asirnos siempre será bienvenido. En definitiva huérfanos de la Red.
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