Pararon los relojes de arena en las playas de los sueños. Atracaron sus
veleros de nata y vientos huracanados compartidos en el vientre exhausto del
puerto. El faro de la bahía les dio la bienvenida con cien destellos luminosos
de plateada luna. Venían de un largo viaje por ultramar que hizo hombres a los
niños y viejos a los hombres. Dejaron a sus mujeres amamantando niños y a sus
madres tendiendo la ropa recién lavada en las ramas de los olivos. Las
muchachas en flor se subieron a la colina para verlos venir. Los perros movían
sus rabos de manera rítmicamente compulsiva y los gatos estiraban sus bigotes
de acero. No es que pareciera que fue ayer cuando se fueron es que
verdaderamente se marcharon envueltos en un ayer sin tiempo ni medida. Los
hombres embarcaron buscando el sustento de sus familias y los jóvenes
intentando llegar a la Isla
del Futuro. En la bodega llevaban apresados financieros inmisericordes,
ladrones de sueños y políticos de baja estofa. Los jueces celebraban sus
juicios en la cubierta del barco y los peces fueron testigos de sus veredictos.
Soportaron noches interminables de tormentas y amaneceres con vómitos de
escorbuto rodeados de gaviotas. Remaron de manera solidaria sin miedo a
tropezarse con piratas (los llevaban
encerrados en la bodega del barco). Vieron y vivieron cosas asombrosas y la
naturaleza les mostró su inmensa paleta de colores. Las nubes de algodón los mecieron
en tardes interminables de calma chicha. Navegaron guiados por la Estrella de los vientos
de Norte a Sur y de Este a Oeste. Cuando volvieron de tan larga odisea traían
varias cosas meridianamente claras: que el barco que antes les alquilaban para
salir a pescar en realidad era suyo. Que también, en lo bueno y en lo malo, el sol
y la luna les pertenecían. Que nunca pudo avanzar un barco sin que sus
tripulantes remaran todos a una. Que cuando te quitan tantas cosas la última
que te quitarán será el miedo. Que Dios no nos hizo humanos para repartirnos
siempre tan solo lo malo. Que quien le pierde el miedo al mar bravío le pierde
el miedo al poderoso. Estuvieron diez días, con sus correspondientes noches, de
fiesta. La Aldea Global
nunca fue más aldea ni más global. Marineros de luces encendidas portando la
verdad y la decencia atrapadas para siempre en sus redes de pesca. El vino
alivio la sequedad de sus gargantas y las parejas jóvenes se perdieron
entrelazadas dentro de la espesura del bosque. Se dieron cuenta que el barco
seguía sin nombre. El más joven del lugar propuso llamarlo “Pudimos” y el más
viejo del lugar meneando la cabeza dijo: “Yo que vosotros mejor lo llamaría “Esperanza”. Un pelicano levantó el vuelo y llenó de
colorido la radiante mañana. Por una
vez, y de manera general, todos pensaron que Dios estaba de su parte. Se
convencieron de que la cantinela del “Valle de lágrimas” la inventaron quienes
luego les alquilaban los pañuelos para conjugarlas. Difícilmente nadie podría
ya nunca bajarlos del barco de la “Esperanza”. Eran libres y ¡por fin! dueños de sus sueños y
realidades.
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