miércoles, 11 de febrero de 2015

Un barco llamado Esperanza



Pararon los relojes de arena en las playas de los sueños. Atracaron sus veleros de nata y vientos huracanados compartidos en el vientre exhausto del puerto. El faro de la bahía les dio la bienvenida con cien destellos luminosos de plateada luna. Venían de un largo viaje por ultramar que hizo hombres a los niños y viejos a los hombres. Dejaron a sus mujeres amamantando niños y a sus madres tendiendo la ropa recién lavada en las ramas de los olivos. Las muchachas en flor se subieron a la colina para verlos venir. Los perros movían sus rabos de manera rítmicamente compulsiva y los gatos estiraban sus bigotes de acero. No es que pareciera que fue ayer cuando se fueron es que verdaderamente se marcharon envueltos en un ayer sin tiempo ni medida. Los hombres embarcaron buscando el sustento de sus familias y los jóvenes intentando llegar a la Isla del Futuro. En la bodega llevaban apresados financieros inmisericordes, ladrones de sueños y políticos de baja estofa. Los jueces celebraban sus juicios en la cubierta del barco y los peces fueron testigos de sus veredictos. Soportaron noches interminables de tormentas y amaneceres con vómitos de escorbuto rodeados de gaviotas. Remaron de manera solidaria sin miedo a tropezarse con  piratas (los llevaban encerrados en la bodega del barco). Vieron y vivieron cosas asombrosas y la naturaleza les mostró su inmensa paleta de colores. Las nubes de algodón los mecieron en tardes interminables de calma chicha. Navegaron guiados por la Estrella de los vientos de Norte a Sur y de Este a Oeste. Cuando volvieron de tan larga odisea traían varias cosas meridianamente claras: que el barco que antes les alquilaban para salir a pescar en realidad era suyo. Que también, en lo bueno y en lo malo, el sol y la luna les pertenecían. Que nunca pudo avanzar un barco sin que sus tripulantes remaran todos a una. Que cuando te quitan tantas cosas la última que te quitarán será el miedo. Que Dios no nos hizo humanos para repartirnos siempre tan solo lo malo. Que quien le pierde el miedo al mar bravío le pierde el miedo al poderoso. Estuvieron diez días, con sus correspondientes noches, de fiesta. La Aldea Global nunca fue más aldea ni más global. Marineros de luces encendidas portando la verdad y la decencia atrapadas para siempre en sus redes de pesca. El vino alivio la sequedad de sus gargantas y las parejas jóvenes se perdieron entrelazadas dentro de la espesura del bosque. Se dieron cuenta que el barco seguía sin nombre. El más joven del lugar propuso llamarlo “Pudimos” y el más viejo del lugar meneando la cabeza dijo: “Yo que vosotros mejor lo llamaría “Esperanza”.  Un pelicano levantó el vuelo y llenó de colorido la radiante mañana.  Por una vez, y de manera general, todos pensaron que Dios estaba de su parte. Se convencieron de que la cantinela del “Valle de lágrimas” la inventaron quienes luego les alquilaban los pañuelos para conjugarlas. Difícilmente nadie podría ya nunca bajarlos del barco de la “Esperanza”.  Eran libres y ¡por fin! dueños de sus sueños y realidades.


No hay comentarios: