lunes, 9 de marzo de 2015

Eduardo





En mi círculo sentimental más cercano decir Eduardo es decirlo todo.  Según su filiación ciudadana-administrativa responde al nombre de Eduardo Pérez López (evidentemente sin ningún vestigio  de ascendencia polaca).  De estado civil casado (concretamente con Antoñita, oriunda de la Coria del Río de Rogelio, Suárez Japón y Manolo Ruiz-Sosa), sin hijos y con una perrita llamada Yola que siempre te ladra a la entrada y a la salida de su casa en el Campo de los Mártires.  Para nosotros siempre es y será simplemente “Eduardo el del Gran Poder”; el de Casa Coronado de la Puerta de la Carne (existe allí un recorte de prensa enmarcado donde, como no podría ser de otra manera, está Eduardo) y el que siempre tiene a mano un capote para resguardar a los amigos del toro de la vida.  Eduardo es, a que dudarlo, una persona entrañable con el vaso –el suyo y los nuestros- siempre medio lleno.  Su vitalidad es contagiosa y su sentido de la vida tiene el heredado temple torero de su abuelo. Sus conocimientos –y su archivo- de música de Jazz, Rock, Blues o Soul son apabullantes. Nadie sabe en Sevilla más que Eduardo de estos menesteres.  Antiguo trabajador de la Cruz del Campo es un fiel reflejo de una Sevilla que lamentablemente cada día está más perdida en el tiempo. Su devoción al Señor de Sevilla y los muchos años que le ha dedicado a su Hermandad lo hace sentirse como un pariente cercano del “Cisquero”. Desde hace una temporada entra y sale de los hospitales como los algodones de Miguel Hernández. Los achaques quieren atraparlo pero el se niega en redondo a dejarse querer. Desde que se hizo “internauta” su vida ha dado un giro de ciento ochenta grados y su archivo musical es el más copioso e interesante de toda Serva la Bari.  Personaje atemporal es fácil ubicarlo en cualquier etapa histórica. Fácil es imaginarlo como Jefe de Cuadriga en la antigua Roma Imperial. O bien como Jardinero Mayor del Alcázar sevillano en el periodo andalusí.  También como ayudante en la Hoja de Ruta de Moisés en el antiguo Egipto. En una película de Fellini  disfrazado de gondolero en el Carnaval de Venecia. Dirigiendo la faceta artística de un club de Jazz en Nueva Orleans. Existen muchos Eduardos dentro de este Eduardo como para concretarlo en una sola persona. Su porte aristocrático le da un cierto aire de ganadero salmantino sentado en una barrera de la Plaza de la Maestranza.  Debían, para darle sentido a las cosas, concederle –o mejor crearle- un titulo de la nobleza española. Podría ser el de “Marqués de Gambrinus” o el de “Conde de Jazzlandia”. Su mundo es fascinante pues siempre nos hace a los amigos participes del mismo. Cuando me llama (cosa que hace cada tarde) siempre me saluda con un “Que pasa hombre”.  Aquí pasó lo de siempre que han muerto veinte romanos y treinta cartagineses.  Eduardo, Eduardo Pérez López.


Juan Luis Franco – Lunes Día 9 de Marzo del 2015

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