En mi círculo sentimental más cercano decir Eduardo es decirlo
todo. Según su filiación ciudadana-administrativa
responde al nombre de Eduardo Pérez López (evidentemente sin ningún vestigio de ascendencia polaca). De estado civil casado (concretamente con
Antoñita, oriunda de la Coria
del Río de Rogelio, Suárez Japón y Manolo Ruiz-Sosa), sin hijos y con una
perrita llamada Yola que siempre te ladra a la entrada y a la salida de su casa
en el Campo de los Mártires. Para
nosotros siempre es y será simplemente “Eduardo el del Gran Poder”; el de Casa
Coronado de la Puerta
de la Carne
(existe allí un recorte de prensa enmarcado donde, como no podría ser de otra
manera, está Eduardo) y el que siempre tiene a mano un capote para resguardar a
los amigos del toro de la vida. Eduardo
es, a que dudarlo, una persona entrañable con el vaso –el suyo y los nuestros-
siempre medio lleno. Su vitalidad es
contagiosa y su sentido de la vida tiene el heredado temple torero de su
abuelo. Sus conocimientos –y su archivo- de música de Jazz, Rock, Blues o Soul
son apabullantes. Nadie sabe en Sevilla más que Eduardo de estos menesteres. Antiguo trabajador de la Cruz del Campo es un fiel
reflejo de una Sevilla que lamentablemente cada día está más perdida en el
tiempo. Su devoción al Señor de Sevilla y los muchos años que le ha dedicado a
su Hermandad lo hace sentirse como un pariente cercano del “Cisquero”. Desde
hace una temporada entra y sale de los hospitales como los algodones de Miguel
Hernández. Los achaques quieren atraparlo pero el se niega en redondo a dejarse
querer. Desde que se hizo “internauta” su vida ha dado un giro de ciento
ochenta grados y su archivo musical es el más copioso e interesante de toda
Serva la Bari. Personaje atemporal es fácil
ubicarlo en cualquier etapa histórica. Fácil es imaginarlo como Jefe de
Cuadriga en la antigua Roma Imperial. O bien como Jardinero Mayor del Alcázar
sevillano en el periodo andalusí. También
como ayudante en la Hoja
de Ruta de Moisés en el antiguo Egipto. En una película de Fellini disfrazado de gondolero en el Carnaval de
Venecia. Dirigiendo la faceta artística de un club de Jazz en Nueva Orleans.
Existen muchos Eduardos dentro de este Eduardo como para concretarlo en una
sola persona. Su porte aristocrático le da un cierto aire de ganadero
salmantino sentado en una barrera de la Plaza de la Maestranza. Debían, para darle sentido
a las cosas, concederle –o mejor crearle- un titulo de la nobleza española.
Podría ser el de “Marqués de Gambrinus” o el de “Conde de Jazzlandia”. Su mundo
es fascinante pues siempre nos hace a los amigos participes del mismo. Cuando
me llama (cosa que hace cada tarde) siempre me saluda con un “Que pasa
hombre”. Aquí pasó lo de siempre que han
muerto veinte romanos y treinta cartagineses. Eduardo, Eduardo Pérez López.
Juan Luis Franco – Lunes Día 9 de Marzo del 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario