Además de cierto es archiconocido, por repetitivo, el dicho (de los
dichos) de que “nunca es conveniente tropezar con la misma piedra”. Si acaso hazlo con otras nuevas pero nunca
con la misma pues terminarás gastando piedra y zapato. Evidentemente este
“consejo” en la mayoría de las ocasiones sirve para bien poco y tropezamos, no
dos, sino cientos de veces con la misma piedra. Quién esté libre de culpa que
tire la primera piedra (la misma con la que tropieza muchas veces). El ser humano a la lo largo de su existencia
siempre esta sometido a un continuo proceso de aprendizaje. Aprende, piensa (los menos), aplica, arriesga
y unas veces acierta y otras se equivoca. Es ley de vida. Puedes vivir cien
años y serán muchas las cosas que tienes pendientes de aprender y muchos los
caminos aún por recorrer. El problema es cuando de continuo equivocamos las
llaves y, como diría Felipe González, por consiguiente confundimos las puertas
que debían abrirse con las mismas. Somos pertinaces a la hora de no reconocer
nuestros errores y así nos va. Llamamos amistad a los intereses coyunturales.
Amor a la pasión del deseado “mete y saca”.
Confundimos lealtad y fidelidad y siempre pedimos a los demás lo que
nosotros nunca estaríamos dispuestos a darles a ellos. Tratamos a los mayores
como niños y a los niños como mayores. Buscamos la fe tan solo en el reverso de
una estampa o en el lento goteo de una vela. Somos, en definitiva, llaneros
solitarios buscando una cantina donde con un trasfondo musical una hermosa
mujer nos sirva, por el mismo precio, el vino de la vid y la pasión de la vida.
Pero, por una vez y sirviendo de precedente, seamos optimistas. Solo los que
aún caminan por los senderos del Hijo de Dios y del Carpintero pueden
tropezarse con las piedras del camino. La piedra, siempre tropezamos con la
misma piedra. El que este libre de culpa que tire la primera o…. ¡la penúltima
piedra!
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