lunes, 14 de septiembre de 2015

Los placeres cotidianos





“Se planteó tantas metas en el horizonte
que al final se olvidó de vivir”

La vida está llena de placeres cotidianos que, por baratos, son asequibles y, por cercanos, son imprescindibles para esto que los cursis llaman el ejercicio de vivir. En definitiva dedicar cada día pequeñas parcelas de tiempo para que nuestro mundo interior no se nos quede orillado para siempre.  Los seres humanos se pierden en numerosas ocasiones en la inútil búsqueda de “El Dorado” obviando que la felicidad, más que en los templos faraónicos, se encuentra muchas veces en humildes capillas. Aquí, cuando nos llegue la hora de la rendición de cuentas, dejaremos todo lo acumulado salvo aquello que anide en nuestro interior.  Solo son capaces de hacer preguntas interesantes aquellos que previamente se las hacen a si mismos.  Vivimos tiempos complejos y convulsos donde la necesaria paz espiritual se ve alterada por una forma de vida proclive a la ansiedad y a la depresión. Te enteras de gente que padece severos problemas personales (falta de salud, sin trabajo o carentes de afecto) y te llama poderosamente la atención que no están dispuestos a renunciar a cultivar su capacidad de soñar y sentir (lo hacen quienes no pueden y renuncian a hacerlo aquellos que tienen más posibilidades). Degustar lentamente el primer café mañanero mientras lees la prensa.  Saborear la copa del mediodía compartida con amigos que te valoran por lo que eres y no por lo que tienes. La lectura de un nuevo libro o la visión de una nueva película que te hacen vivir cientos de vidas distintas a la tuya.  La música, siempre la buena música, como antídoto para que los sentidos afloren por entre los poros de la piel.  La gran tragedia del ser humano es no saber comprender a tiempo que el tiempo (valga la redundancia) se agota y con él nos agotamos nosotros.  Buscar a Dios en la soledad de una capilla mientras el lento fuego de una vela se enreda amorosamente con los relojes de arena del tiempo sin horas. Corremos cada día sin parar no terminando nunca de comprender que los días, invariablemente, siempre tienen veinticuatro horas. Vivir con la conciencia tranquila y procurando estar en paz con Dios y los hombres.  Disfrutar de los placeres cotidianos.


Juan Luis Franco – Lunes Día 14 de Septiembre del 2015

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