Afortunadamente heredé de mi madre algunas de sus virtudes (los
defectos son de mi propia cosecha) y entre ellos es mantener a lo largo de los
años una memoria fotográfica. Esto me permite recordar con total exactitud
pasajes de mi vida ocurridos hace ya muchos años. Siempre me ha resultado apasionante el mundo
de los surrealistas que escriben su propio guión independiente del mundo
racional o irracional que les ha tocado vivir.
Muchos de ellos reciben el titulo despectivo de “colgaos” aunque a ellos este calificativo nunca parece importarles.
Me acuerdo perfectamente de un compañero que tuve durante mi Servicio Militar en Ceuta. Era un gallego
apellidado Troutiño y que trabajaba
de mecánico de coches en Francia. Un
hombre sumamente introvertido y solitario pero que tenía como compañeras de
viajes la solidaridad y la bondad. Nunca era capaz de negarle un favor a nadie
y esto propiciaba que en no pocas ocasiones abusaran de su persona. Con el paso
del tiempo me fue dando confianza y creo que me tenía como la única persona de
fiar dentro del Cuartel. Una tarde me comentó que un día compartiría
conmigo un tremendo secreto que había marcado su existencia. Del dicho al hecho. Una mañana de domingo
mientras compartíamos café en el Ambigú
del Cuartel se decidió contarme el
motivo de sus preocupaciones. Me dijo
que todo ocurrió un mes de agosto mientras veraneaba en su Lugo natal. Una noche se le
había ido la mano con el Albariño y
se quedó profundamente dormido en la playa. Dice que cuando despertó se
encontró en el interior de una nave extraterrestre rodeado de cables y, sobre
todo, de alienígenas. Estos se
dirigieron a él en un perfecto francés para comentarles que había sido elegido
para una delicada misión en la Tierra. Cuenta
que lo tuvieron un mes formándolo sobre las características de cual sería su
cometido terrestre. Una especie de FP
marciana. Lo devolvieron mediante un viaje a través de la luz al salón de su
casa en Lyon. Aprovechando las noches de luna llena
intercambiaba mensajes con sus compañeros extraterrestres. A pesar de estar
liberado de cualquier servicio, pues los mandos del Cuartel lo tenían todo el
santo día arreglando sus coches particulares, buscaba tener guardias las noches
más resplandecientes. Desde la garita de mayor altura del Cuartel se comunicaba con sus “aliados”
girando lentamente un espejo que era el mismo que le servía para afeitarse por las mañanas. Me tenía absolutamente perplejo y nunca
entendí como para librarse de la mili solo hacia falta no dar la talla (ser
bajito) o tener los pies planos y nunca se comprobara el perfil psicológico de
la gente. Un día le avisaron de que su padre había fallecido y le concedieron
siete días de permiso para que se desplazara a Galicia para su entierro. Pues
bien, a pesar de que aún le quedaban cinco meses de “mili”, el amigo Troutiño nunca más regresó. Ya no volví a saber de él y siempre me he
preguntado, como Manolo Escobar con su carro, ¿dónde estará Troutiño?
Juan Luis Franco – Viernes Día 24 de Junio del 2016
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