lunes, 31 de octubre de 2016

Estatuas de sal






Los últimos cuarenta años de vida comercial sevillana han visto como cerraban un buen número de comercios tradicionales de la Ciudad.  Negocios, en muchos casos familiares, que arrastraban un montón de años de actividad y que formaban parte de nuestra memoria y cultura sentimental. El tiempo va cambiando nuestros hábitos y costumbre y muchos de estos emblemáticos establecimientos se estaban quedando obsoletos y, por consiguiente, con poco o ningún margen comercial.  El cierre personal entiendo que, en cada caso, obedecería a distintas razones.  La falta de clientela y la venta de productos que ya el paso del tiempo ha superado por otros más novedosos serán algunas de las causas mayores. Existen en Madrid, Viena o Buenos Aires (no digamos en Praga o París)  establecimiento de todo tipo que ya superan el siglo de existencia. Son considerados bienes etnológicos y patrimoniales y, lo más importante, de cara a su supervivencia son visitados diariamente por propios y extraños. El tiempo no ha conseguido devaluarlos  y  además ha propiciado que ganen importancia con el paso de los años. En esta Ciudad dejamos morir a un negocio tradicional y luego nos quejamos amargamente de su desaparición. Como vecino en mi infancia y juventud de la Judería sevillana tengo grabada en mi memoria sentimental la cantidad de pequeños establecimientos que he visto desaparecer. Seamos realistas y no dejemos sin respuestas preguntas que si las tienen: ¿Si existieran en el Centro de Sevilla los cines Pathé, Llorens, Palacio Central e Imperial, acudiría la gente a ellos y no se bajarían películas por Internet?  ¿Si continuara vigente Casa Marciano la gente acudiría allí desechando las ofertas chacineras de Hipercor y Carrefour?  Aunque en no pocas ocasiones resulte doloroso, cuando no te gustan las circunstancias y no puedes cambiarlas no te queda más remedio que adaptarte a ellas. Solo permanecen aquellos establecimientos donde tradición y modernidad se dan la mano. Los establecimientos tradicionales no mueren solos: los matamos entre todos empezando por el paso del tiempo. Recordar con gran afecto aquello y aquellos que formaron parte de nuestras vidas se nos presenta como nuestro mejor y más noble aval. Cosas y, sobre todo, personas que nos ayudaron a levantar nuestro andamiaje sentimental. El pasado marcando las pautas de nuestro presente. Siempre, absolutamente siempre, intentando eludir que de tanto mirar atrás no terminemos convertidos en  estatuas de sal.  Nada es lo que parece y nadie es quien dice ser.  Los paraísos no se pierden: se sueñan y se tienen o no se tienen.





Juan Luis Franco – Lunes Día 31 de Octubre del 2016





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