Uno camina por la vida como si fuera dentro de un globo aerostático.
Cuando compruebas que no termina de coger altura y que la velocidad de crucero
no es la adecuada hay que mirar que sobra en el interior. Tirar por la borda sin complejos todos
aquellos elementos (sentimentales, culturales, sociales o políticos) que ya no
te sirven y que además suponen un freno para poder volar en libertad. Vivimos –o al menos debíamos vivir- en un
permanente proceso evolutivo. Aprendemos de nuestros errores y cada día que
empieza te reporta nuevas experiencias.
Si algo te enseña la vida es que nada es eterno y todo funciona por
ciclos. Los amores, las amistades, las tareas profesionales, lo social, lo
cultural y lo político siempre tienen fecha de caducidad en el tiempo. Los
sueños y las realidades pocas veces se complementan y esto, más que
deprimirnos, es algo tan natural como la vida misma. Le leí en una entrevista a Robert Redford que… “Envejecer tiene sentido cuando se tienen
ilusiones en el corazón, proyectos en la cabeza y fuerza en… las piernas”. Mientras
los achaques sean llevaderos y nuestra capacidad de ilusionarnos y asombrarnos
permanezca intacta merecerá la pena andar todavía por aquí. Si la vida te ha tratado bien y tu cuota de
desconsuelo está acorde con el ciclo natural de las cosas debes agradecer cada
nuevo amanecer que se te regala. Levar anclas con la esperanza de que los
mejores puertos puedan estar todavía por descubrirse. La estupidez humana
alcanza sus cotas más altas cuando se pretende la inmortalidad a través de la
trascendencia. Ser efímeros equivale a
ser humanos. No entenderlo es darle
cartas de naturaleza a la quimera.
Juan Luis Franco – Viernes Día 28 de Octubre del 2016
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