El Toreo, los Toros, es una de las pocas Fiestas de gran calado sentimental que
le queda a la vieja Europa. Que duda cabe que entre los interesados
ataques foráneos y la indiferencia que se nutre del pasotismo de los de dentro
la cosa pinta mal. Poco trabajo me cuesta en dialogar y/o debatir con personas de buena fe que creen
que los Toros se deben abolir por el
maltrato animal que ocasiona. Otra cosa
bien distinta es las campañas antiespañolas orquestadas contra la Madre Patria para
convertirla en una Madrastra
apátrida. Tema que ya resulta cansino y
repetitivo en un dialogo de sordos dentro de una España que se desvertebra desde la sinrazón y el fundamentalismo. En
la Fiesta de
los Toros están reunidas de manera armoniosa todas las Artes. Es una lucha noble en un escenario perfecto para morir o
matar desde la belleza. Una de las
imágenes más hermosas que la naturaleza nos ofrece es la vida en el campo del Toro de Lidia. Vive en completa libertad y goza de unos
cuidados de los que no disfruta ningún otro animal. Se argumentará....”Si, vale,
pero en definitiva lo están
preparando para matarlo en una Plaza ante el divertimento de la gente”. Pero, podríamos preguntarnos si existe
algún animal que no sufra acoso y derribo hasta su muerte. En una sociedad
carnívora como la actual hablar de la muerte de un animal en concreto me parece
un mero ejercicio de hipocresía. Vivimos una época donde todo se configura en
clave de cruzadas. ¿Alguien cree de verdad que si los Toros fueran la Fiesta Nacional de Cataluña no habría toros en Barcelona? El Toreo
se manifiesta como un oasis de hermosa tradición en una España proclive en la actualidad a su desnaturalización. Personajes
de antaño como Manolete o su versión
contemporánea en la figura de José Tomas
nos dan una dimensión de cómo el hombre es capaz de coquetear con la muerte a
través de la estética y la armonía.
Héroes populares de antaño hoy son relegados, de manera torticera, a la
categoría de matarifes. El concepto de pueblo ha sido hábilmente manipulado
hasta convertirlos en eso que se llama ciudadanía. Todos son conceptos huecos
en el fondo y estentóreos en las formas. Espero no vivir la suficiente para ver
desaparecer la Fiesta de los Toros. Fue una de las grandes herencias que me dejó
mi padre (la otra fue el Flamenco) y
créanme si les digo que nunca conocí a una persona más amante de los animales. De Manolete
a José Tomás.
Juan Luis Franco – Jueves Día 3 de Noviembre del 2016
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