“No se lo que tienen las flores
llorona, las flores de un
camposanto,
que cuando las mueve el viento
llorona parece que están
llorando.
El mes de Noviembre siempre
arranca con velas de santidad y lágrimas de orfandad. De los santos nos acordamos en momentos
puntuales para recabar sus favores y bondades. A los muertos, cuando son
queridos y añorados, los recordamos en los momentos más diversos y de las
formas más insospechadas. Los días 1 y 2
de Noviembre son los preámbulos del
convencimiento de que nada es eterno y de que tan solo la fe puede salvarnos
del naufragio de cuerpos y almas.
Vivimos agarrados al mástil de la Esperanza
para que al final todo cobre sentido. Cuando hace veinte años que cumpliste el
medio siglo son ya muchas las queridas ausencias en esto que llaman el
ejercicio de vivir. Día de Todos los Santos y Día
de los Fieles Difuntos. Con una
notable diferencia: alcanzar la santidad es algo excepcional mientras que
morirse está al alcance de cualquiera. Los santos nos piden lealtad para
sumarnos a su causa y los difuntos fidelidad para que con nuestro recuerdo
nunca se nos mueran definitivamente. No
existe una Ciudad en el mundo que,
como Sevilla, sepa conjurar mejor
ritos con tradiciones. Es una Escuela que desde niños nos enseñan
nuestras abuelas y madres en el camino que va y viene a San Lorenzo. Empiezan a correr los días de Noviembre y lo hace como pasó siempre con su carga de Santidad y Orfandad. La Ciudad ,
los días y, sobre todo, las noches de inciertos amaneceres. La vida misma.
Juan Luis Franco – Miércoles Día 2 de Noviembre del 2016
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