Hoy es 24 de febrero del 2017. Hoy hace cuarenta y tres años que dejó
este valle de gozos y penas un sevillano nacido en la Alameda de Hércules llamado Manuel Ortega Juárez (Manolo Caracol para la Historia
y la cima del Cante flamenco). Un
cantaor sin el cual quedaría incompleto poder explicar –y explicarnos- en que
consiste la grandeza emocional de este Arte
parido y amamantado en Andalucía. Precoz
en sus comienzos el niño de Caracol “el
del bulto” consiguió emocionar al mismísimo don Antonio Chacón. Su cante,
que se me antoja más gaditano que sevillano, nace y muere en los confines de
una tierra que deposita sus lágrimas en las orilla de sus mares y se alivia con
el gozo de sus amaneceres entre sendas y olivares. Manolo Caracol apoya su legado jondo y ancestral envuelto en una
capacidad creativa donde siempre consigue atraparnos en nuestra doble condición
de humanos y andaluces. Ser caracolero
se me antoja como una de las condiciones más nobles y enjundiosas que alberga
este corazón que, aunque cansado, todavía se emociona cada día con una puesta
de sol, la sonrisa de un niño o un fandango de “El Carbonerillo”. Siempre
que la vida me apretó sus tuercas de desamparo y desosiego encontré en el cante
de Manolo Caracol un antídoto contra
todo y contra todos. Representa en el Flamenco lo que Louis Armstrong representa en el Jazz: la verdad inapelable de la música de raíz. Cuarenta y tres años sin el “Genio de la calle Lumbreras” y más de
medio siglo sin que la “Reina de San Gil”
y “El Cisquero de San Lorenzo”
reciban el soplo gitano de sus saetas. Un Dios
de lo Jondo que nos redime con su cante y nos aclara sin paliativos que la
emoción hace llorar también a los hombres.
Manolo Caracol o, lo que es lo mismo, el Cante flamenco en todo su esplendor.
Juan Luis Franco – Viernes Día 24 de Febrero del 2017
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