miércoles, 21 de junio de 2017

Pena sin destinatario






Estamos viviendo una época ciertamente preocupante. No solamente nos están quitando el sosiego y la necesaria paz interior sino, para más inri, hasta nuestros sentimientos más profundos se mueven entre el olvido y la desgana.  Ayer, de manera casual y a través de un amigo común, me enteré del fallecimiento de uno de mis más grandes amigos. Se nos ha muerto Perico y ya descansa el sueño de los justos sin ni siquiera haber podido darle un último adiós. Nadie, absolutamente nadie, tuvo a bien marcar en su móvil un número (el mío) que me hubiera abierto en canal la pena asumida por tantos momentos compartidos.  La pena más triste es aquella que, aparte de no ser compartida, no tiene un claro destinatario.  Nunca conocí a nadie que, como Perico, tuviera un talante más optimista.  Un vitalista al que tuve la suerte de tener de amigo y compañero en mi infancia y juventud.  Un pintor de brocha fina que le daba brochazos a la vida en cualquiera de sus circunstancias.  Hace tiempo, demasiado tiempo, que no tenía noticias suyas y la última vez que me lo encontré en la calle (hace ya demasiado tiempo) apenas se sostenía en pie y el hablar de forma coherente se le hacia casi imposible.  Pero, eso si, su eterna sonrisa la tenía estampada en un rostro que ya nos avisaba que su vida tenía fecha de caducidad.  Después no volví a verlo y las noticias que me llegaban de su persona cada vez eran más preocupantes. Entono el “Mea culpa” por no haberme preocupado de tenerlo más presente en su última etapa existencial.  Me producía bastante pesar verlo en su estado y esto no hace más que situarme en el lado donde los humanos siempre se terminan justificando. El que esté libre de olvidos que tire la primera pena.  Se fue Perico y lo recordaremos como un hombre que tuvo como principal misión en la vida ser feliz haciendo felices a los demás.





Juan Luis Franco – Miércoles Día 21 de Junio del 2017



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