Estos días cuaresmales avanzan inexorables hacia una meta que va más allá del Domingo de Ramos. Son días raros pues rara es la época que nos ha tocado vivir. Días para escuchar a Bach; ver el cine de Pasolini y leer a Fray Luis de León. Vivimos instalados en el sucedáneo y el insufrible ripio para que parezca que, como siempre, en Sevilla nunca pasa nada. La banalidad, esta falsa banalidad de falsos poetas, forman alianza con el figuroneo para que hagamos de lo esencial una película de Cecil B. DeMille. Vivimos en un estado de permanentes inventos que tratan de sustituir lo que por su naturaleza es insustituible. Hoy, más que nunca, debíamos ver reflejado en la Pasión y Muerte del Mesías el sufrimiento de millones de personas. Más que jugar a "poetas " y a "flamencologos " de manual debíamos buscar la esencia de la Ciudad en su malherido corazón. Los "Depositarios de las esencias " están eclosionando estos días hacia sus particulares paraisos de vanidad. Ignoran que, más pronto que tarde, serán ignorados por una Ciudad que se retroalimenta bebiendo de la Fuente de la autenticidad. Aquí nadie desaprovecha la oportunidad de ser "alguien" en la Ciudad. Para tomar la Torre de la Plata primero hay que soltar los fardos de la vanidad en la Torre del Oro.
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