Que duda cabe que ejercer de paseante mañanero por los calles del Centro de la Ciudad se ha convertido en un ejercicio de alto riesgo. Ciclistas, patineros y gente wasapeando con los móviles se han convertido en un triángulo infernal para los viandantes. Los usuarios de bicicletas y patinetes (casi todos) no solo pasan olímpicamente de las zonas peatonales sino que ocupan aceras y reducidos espacios en esto que, pomposamente, llaman sostenibilidad y que, por cierto, no hay quien lo sostenga. Es muy bueno que el personal utilice el coche lo estrictamente imprescindible y se desplace en los servicios públicos o, si la forma física se lo permite, moviendo el esqueleto. Esto siempre será bueno para él y, sobre todo, para los demás. En países europeos como Holanda (ahora llamada Países Bajos) el uso de la bicicleta es multitudinario (un 63% de la población la utiliza a diario) y esto afortunadamente ha posibilitado que sus índices de contaminación sean de los más bajos de Europa. La diferencia fundamental entre el coche y la bicicleta es que el primero esto hecho para las prisas y, por ende, para la ansiedad y la segunda es para desplazamientos lentos y placenteros. Poco o nada que objetar el que una Sociedad se preocupe del Medio Ambiente. Es muy positivo que tenga a la bicicleta o el patinete como formas alternativas de desplazamiento personales. No se trata de abolir el coche sino de darle un uso racional y responsable. Desde siempre formé parte del clan de los andarines irredentos. Cuando ya las prisas han desaparecido de tu vida y la forma física es relativamente buena andar es uno de los grandes placeres que la vida te ofrece. Ahora a los viandantes se nos han aparecido unos “enemigos” que avanzan a toda pastilla entre dos ruedas o subidos en una especie de tabla de planchar. El Ayuntamiento parece ser que quiere tomar medidas sobre el particular para armonizar la vida urbana (recordemos que viene de urbanidad) de sus habitantes. Solo pretendemos que un ciclista en la calle Sierpes no nos estampe contra el escaparate de la Papelería Ferrer. Tampoco que un patinete en la calle Tetuán nos ponga un tobillo mirando a Brenes. Queremos seguir andando y divagando tranquilamente por la Ciudad de la Gracia. El problema es que la armonía ni está ni se le espera. Cada uno hace de su capa un sayo y se mueve a sus anchas entre el vacío y la nada. Dicen que los que no aparecen en la tele no existen. Podríamos añadir que parece ser que solo están vivos los que tienen siempre muchas prisas. Es triste vivir en una Ciudad hecha para la templanza y donde impera el reino de la aceleración. A este paso tendremos que salir a pasear con espejos retrovisores en las orejas. Tiempo al tiempo.
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