Sevilla, en los parámetros de sus más nobles tradiciones, siempre funciona dentro de un interminable círculo donde se funden las idas con las llegadas. Le decimos adiós al año que ya gastamos entre gozos y zozobras para rendirle pleitesía al Año Nuevo que comienza como siempre en la Plaza de San Lorenzo. El Señor de Sevilla alumbra el nuevo año desde los parámetros de la Fe y los elementos tradicionales-sentimentales que vertebran al Hijo de Dios con la Ciudad. Todo es nuevo y viejo a la vez y todo se retroalimenta de la memoria sentimental de sevillanas y sevillanos. Con un continuismo lleno de magia hispalense tomará el relevo el Señor de la Plaza del Salvador. El Señor de Pasión apasiona desde los albores del año que comienza para, con su imponente presencia, marcar pautas sentimentales donde se complementan lo humano con lo divino. Ahora, sí que sí, es cuando de verdad empieza a girar el círculo mágico de la Ciudad. El mismo que nos llevará a la visualización callejera del primer nazareno que veremos en la mañana del Domingo de Ramos. No es casual que sean el Gran Poder y Pasión quienes den comienzo a un nuevo capítulo de esta Historia interminable. Sevilla se nutre de la magia de sus círculos concéntricos. Las puertas nunca se cierran del todo y siempre nos dejan abierto un resquicio por donde de nuevo se nos colará la luz que todo lo sana y todo lo renueva. Volver a empezar cada andadura sentimental no deja de ser un permanente proceso histórico de renovación. Aquí nada se da por definitivamente cerrado y, por eso, no es cuestión casual y baladí que la palabra que le da a la sentido a la Ciudad sea la de Esperanza.
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