(A los críticos flamencos que a lo largo de los años aguantaron exabruptos, descalificaciones y hasta agresiones físicas por parte de los que viven del Flamenco).
Como he comentado más de una vez -de manera posiblemente reiterativa- en este espacio de encuentro de amigos y sentimientos compartidos, el Flamenco no es solo una de mis grandes aficiones, es algo más: se trata de la pasión que me atrapa amorosamente y que ha sido -y es- mi compañera fiel en todas las circunstancias padecidas o disfrutadas. Fue la mejor herencia (junto con la del Arte de Cúchares) que mi padre pudo dejarme. Ya soprepasan de largo los cuarenta años en los que de continuo le he dedicado tiempo y dinero. Siempre asumí –y asumo- una doble condición ante el Flamenco: la de ser un buen aficionado y también un pertinaz estudioso, y siempre en ese orden de prioridades. La pocas veces que me propusieron ejercer labores de crítico flamenco nunca estuve por la labor. Aun asumiendo que la critica –en cualquier expresión artística- es necesaria e imprescindible, en mi caso siempre tuve claro que mi andadura flamenca iba por otros derroteros. Dediqué una corta etapa de mi vida a la producción discográfica flamenca. Concretamente en Pasarela (donde siempre mostraré mi eterno agradecimiento por el trato, la consideración y el afecto que me dispensaron). Poder trabajar con Pepe Torrano, Chelo Borrego, Santi Pardo, Paco de la Cueva o Pedro Castro ha sido una verdadera gozada. Me sentí plenamente realizado –y apoyado- tratando de relanzar proyectos discográficos flamencos donde primara la calidad y la autenticidad. Sin pecar de petulancia, ninguno de ellos cayó en saco roto en el complejo mundillo del Flamenco. Seguro que no pasaré a la posteridad por haber engrandecido el Flamenco, pero tampoco por estropearlo.
Hoy lamentablemente –y dentro de una crisis que afecta a todos los sectores- las compañías discográficas las están pasando canutas. Estamos instalados ante una competencia tan desleal como permisiva por parte de las autoridades. Parece que una gran mayoría cree que la música se hace sola, sin costo adicional alguno y, que cae del cielo como una especie de maná y se posa en Internet. Craso error que terminaremos pagando muy caro. Tiempo al tiempo.
A lo largo de mi ya amplia andadura flamenca he dado charlas (lo de conferencias me resulta demasiado pomposo); hice radio; he formado parte de jurados y he sido miembro de alguna comisión para fines flamencos concretos (la experiencia que tuve con la comisión de Vallejo con nuestras autoridades culturales y municipales, son de las que te terminan aburriendo de manera definitiva). Camelo en estado puro.
Pero sería absurdo culpar al Arte Flamenco de esta partida de impresentables que lo tienen todo el día en la boca (y sobre todo en la cartera), y muy pocas allí donde anidan y toman forma nuestros sentimientos más arragaidos. Pero afortunadamente, y aunque a veces cuesta, ya estoy jubilado para lo externo y ahora vivo plenamente su interno –y gratificante- fundamento de base. Aquel que consigue zamarrear sentimental y vivencialmente al ser humano que deambula por mi interior.
El flamenco como creían –y creen- alguno políticos no es un elemento cultural insustancial que tiene como principal finalidad el poder echar un rato de juerga. Algo que sacamos del fondo del armario para pasar con él un buen ratito cuando las circunstancias lo requieran (afortunadamente no todos piensan así, y existen algunos que están empeñados en darle al Flamenco su máximo esplendor cultural).
El Flamenco es cultura; es sentimiento; es tradición; es pena; es gozo; es tierra y mar; es…….el amargo zumo del limón y el dulce nectar de la naranja de la Vieja Andalucía. El ejercicio de vivir en definitiva, dejándonos atrapar por las emociones más nobles. Flamenco disfrutado y compartido en cuartos, peñas, festivales, teatros y (en el ayer) hasta en plazas de toros. Todo acorde con el momento y la época que le ha tocado vivir. Pero siempre culto, sentimental y anclado en las más nobles señas musicales andaluzas.
Nunca olvidaré a mi compadre del alma, don Manuel Centeno Fernández, horas antes de que lo operaran a vida o muerte en la Clínica Santa Isabel sevillana (él sabía que ya tenía flotando sobre su cara el velo negro de la muerte), comentarme anécdotas y curiosidades de su admirado cantaor de cabecera Manuel Vallejo.
O a mi propio padre que cuando me visitaba (ya victima irrecuperable de dos ataques cerebrales que apagaron su capacidad de discernir) me señalaba el equipo de música y a duras penas me decía:…”onlo”…”niño ponlo”…”onlo ya joé”. Yo sabía lo que quería: que le pusiera al Carbonerillo y lo dejáramos solo con su nieta en sus rodillas (la misma que recientemente me ha conducido a la gloria de los abuelos sevillanos). Después mi hija con sus infantiles seis años nos comentaba: “Papi/mami el abuelo está llorando”. Y alli estaba este viejo y gran aficionado nacido en la Carzá, y criado en la Collación de San Nicolas, amarrado a sus sentimientos más nobles, y despiéndose de la vida a los sones únicos y lastimeros del fandanguillo de Manolo Vega.
Si alguna vez –transitoriamente- no lograse acordarme del nombre de aquellos/as que compartís conmigo penas y alegrías no desesperéis. Puede que el mal sea pasajero y tenga algún arreglo. Pero si comprobáis que me deja indiferente una Siguiriya de Caracol, Terremoto o Chocolate; una Malagueña de Chacón; la Guajira de Pepe Marchena; los Tangos de Camarón o Morente; la Soleá de Alcalá de Antonio Mairena; la Granaina de Vallejo; la Bulería del Lebrijano; el Taranto de Fosforito; el Fandango del Carbonerillo o cualquier Cante de Pastora y Tomas, ya no tengáis ninguna duda: estáis ante alguien que respira, bebe, come y duerme, pero irremediablemente huérfano de alma y sentimientos. Si algún vídeo donde baile de nuevo Farruco, o el mago del Baile Flamenco don Antonio Ruiz Soler, no consiguen conmoverme, mala cosa. Si viendo por enésima vez “Bodas de Sangre” de Lorca/ Saura/Gades no me notáis emocionado, insisto: mala cosa. Si a los sones de las mágicas sonantas de Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar no se impregnan mis sentidos de brea, redes al sol, Coto, Barrio marinero, manzanilla, Bahía, Estrecho y ecos ancestrales andaluces preñados de gozo y pena, vuelvo a insistir: mala cosa para mís sentires. Estaré en cuerpo, pero mi alma estará volando al encuentro de un Paraiso soñado. Aquel donde aparte de reencontrame con los que un día me quisieron y educaron, espero disfrutar –ya de manera permanente- de un celestial tercio por Soleá.
Se habrán exprimido definitivamente en los recovecos de mi alma el zumo del limón y la naranja que florecen –y tomé prestados para el noble y duro ejercicio de vivir- del hermoso Huerto de la Madre Andalucía.
P.D. A través del Diario de Sevilla del domingo 14 de febrero y más concretamente por la excelsa pluma de Juan Vergillos, me entero del fallecimiento del cantaor jerezano Fernando Terremoto a los 40 años de edad. Glorioso heredero de los cantes de su padre –del mismo nombre- o lo que es lo mismo:cante jerezano en toda su pureza y esplendor. Dios lo tenga en su gloria y “El Prendi” lo reciba allí donde descansan y sueñan a a ritmo de bulerías los Grandes del Flamenco.
Como he comentado más de una vez -de manera posiblemente reiterativa- en este espacio de encuentro de amigos y sentimientos compartidos, el Flamenco no es solo una de mis grandes aficiones, es algo más: se trata de la pasión que me atrapa amorosamente y que ha sido -y es- mi compañera fiel en todas las circunstancias padecidas o disfrutadas. Fue la mejor herencia (junto con la del Arte de Cúchares) que mi padre pudo dejarme. Ya soprepasan de largo los cuarenta años en los que de continuo le he dedicado tiempo y dinero. Siempre asumí –y asumo- una doble condición ante el Flamenco: la de ser un buen aficionado y también un pertinaz estudioso, y siempre en ese orden de prioridades. La pocas veces que me propusieron ejercer labores de crítico flamenco nunca estuve por la labor. Aun asumiendo que la critica –en cualquier expresión artística- es necesaria e imprescindible, en mi caso siempre tuve claro que mi andadura flamenca iba por otros derroteros. Dediqué una corta etapa de mi vida a la producción discográfica flamenca. Concretamente en Pasarela (donde siempre mostraré mi eterno agradecimiento por el trato, la consideración y el afecto que me dispensaron). Poder trabajar con Pepe Torrano, Chelo Borrego, Santi Pardo, Paco de la Cueva o Pedro Castro ha sido una verdadera gozada. Me sentí plenamente realizado –y apoyado- tratando de relanzar proyectos discográficos flamencos donde primara la calidad y la autenticidad. Sin pecar de petulancia, ninguno de ellos cayó en saco roto en el complejo mundillo del Flamenco. Seguro que no pasaré a la posteridad por haber engrandecido el Flamenco, pero tampoco por estropearlo.
Hoy lamentablemente –y dentro de una crisis que afecta a todos los sectores- las compañías discográficas las están pasando canutas. Estamos instalados ante una competencia tan desleal como permisiva por parte de las autoridades. Parece que una gran mayoría cree que la música se hace sola, sin costo adicional alguno y, que cae del cielo como una especie de maná y se posa en Internet. Craso error que terminaremos pagando muy caro. Tiempo al tiempo.
A lo largo de mi ya amplia andadura flamenca he dado charlas (lo de conferencias me resulta demasiado pomposo); hice radio; he formado parte de jurados y he sido miembro de alguna comisión para fines flamencos concretos (la experiencia que tuve con la comisión de Vallejo con nuestras autoridades culturales y municipales, son de las que te terminan aburriendo de manera definitiva). Camelo en estado puro.
Pero sería absurdo culpar al Arte Flamenco de esta partida de impresentables que lo tienen todo el día en la boca (y sobre todo en la cartera), y muy pocas allí donde anidan y toman forma nuestros sentimientos más arragaidos. Pero afortunadamente, y aunque a veces cuesta, ya estoy jubilado para lo externo y ahora vivo plenamente su interno –y gratificante- fundamento de base. Aquel que consigue zamarrear sentimental y vivencialmente al ser humano que deambula por mi interior.
El flamenco como creían –y creen- alguno políticos no es un elemento cultural insustancial que tiene como principal finalidad el poder echar un rato de juerga. Algo que sacamos del fondo del armario para pasar con él un buen ratito cuando las circunstancias lo requieran (afortunadamente no todos piensan así, y existen algunos que están empeñados en darle al Flamenco su máximo esplendor cultural).
El Flamenco es cultura; es sentimiento; es tradición; es pena; es gozo; es tierra y mar; es…….el amargo zumo del limón y el dulce nectar de la naranja de la Vieja Andalucía. El ejercicio de vivir en definitiva, dejándonos atrapar por las emociones más nobles. Flamenco disfrutado y compartido en cuartos, peñas, festivales, teatros y (en el ayer) hasta en plazas de toros. Todo acorde con el momento y la época que le ha tocado vivir. Pero siempre culto, sentimental y anclado en las más nobles señas musicales andaluzas.
Nunca olvidaré a mi compadre del alma, don Manuel Centeno Fernández, horas antes de que lo operaran a vida o muerte en la Clínica Santa Isabel sevillana (él sabía que ya tenía flotando sobre su cara el velo negro de la muerte), comentarme anécdotas y curiosidades de su admirado cantaor de cabecera Manuel Vallejo.
O a mi propio padre que cuando me visitaba (ya victima irrecuperable de dos ataques cerebrales que apagaron su capacidad de discernir) me señalaba el equipo de música y a duras penas me decía:…”onlo”…”niño ponlo”…”onlo ya joé”. Yo sabía lo que quería: que le pusiera al Carbonerillo y lo dejáramos solo con su nieta en sus rodillas (la misma que recientemente me ha conducido a la gloria de los abuelos sevillanos). Después mi hija con sus infantiles seis años nos comentaba: “Papi/mami el abuelo está llorando”. Y alli estaba este viejo y gran aficionado nacido en la Carzá, y criado en la Collación de San Nicolas, amarrado a sus sentimientos más nobles, y despiéndose de la vida a los sones únicos y lastimeros del fandanguillo de Manolo Vega.
Si alguna vez –transitoriamente- no lograse acordarme del nombre de aquellos/as que compartís conmigo penas y alegrías no desesperéis. Puede que el mal sea pasajero y tenga algún arreglo. Pero si comprobáis que me deja indiferente una Siguiriya de Caracol, Terremoto o Chocolate; una Malagueña de Chacón; la Guajira de Pepe Marchena; los Tangos de Camarón o Morente; la Soleá de Alcalá de Antonio Mairena; la Granaina de Vallejo; la Bulería del Lebrijano; el Taranto de Fosforito; el Fandango del Carbonerillo o cualquier Cante de Pastora y Tomas, ya no tengáis ninguna duda: estáis ante alguien que respira, bebe, come y duerme, pero irremediablemente huérfano de alma y sentimientos. Si algún vídeo donde baile de nuevo Farruco, o el mago del Baile Flamenco don Antonio Ruiz Soler, no consiguen conmoverme, mala cosa. Si viendo por enésima vez “Bodas de Sangre” de Lorca/ Saura/Gades no me notáis emocionado, insisto: mala cosa. Si a los sones de las mágicas sonantas de Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar no se impregnan mis sentidos de brea, redes al sol, Coto, Barrio marinero, manzanilla, Bahía, Estrecho y ecos ancestrales andaluces preñados de gozo y pena, vuelvo a insistir: mala cosa para mís sentires. Estaré en cuerpo, pero mi alma estará volando al encuentro de un Paraiso soñado. Aquel donde aparte de reencontrame con los que un día me quisieron y educaron, espero disfrutar –ya de manera permanente- de un celestial tercio por Soleá.
Se habrán exprimido definitivamente en los recovecos de mi alma el zumo del limón y la naranja que florecen –y tomé prestados para el noble y duro ejercicio de vivir- del hermoso Huerto de la Madre Andalucía.
P.D. A través del Diario de Sevilla del domingo 14 de febrero y más concretamente por la excelsa pluma de Juan Vergillos, me entero del fallecimiento del cantaor jerezano Fernando Terremoto a los 40 años de edad. Glorioso heredero de los cantes de su padre –del mismo nombre- o lo que es lo mismo:cante jerezano en toda su pureza y esplendor. Dios lo tenga en su gloria y “El Prendi” lo reciba allí donde descansan y sueñan a a ritmo de bulerías los Grandes del Flamenco.
Gracias por tu reivindiación de nuestro trabajo amigo
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