miércoles, 17 de febrero de 2010

“Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve”.


Es un sabado lluvioso de un invierno que avanza inexorable hasta exhalar su último suspiro. Dura –para mí especialmente dura- está resultando la vigente estación invernal. En lo físico suspendo, pero ¡ay, amigos!, en lo sentimental con la llegada de mi nieto alcanzo el sobresaliente. Mi artrosis se rebela y me pasa factura en este cuerpo cada día menos serrano. Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve. Terminé mi rutina de compras cotidianas y me siento en el ordenador para intentar exprimir un poco más el olvidado y gratificante zumo del espíritu. Interiorizar las emociones y sentimientos que nos harán crecer desde dentro hacia fuera. Como debe ser. Estoy escuchando a J.S.Bach en su Concierto de Brandemburgo núm.4-6. Oyendo a Bach: ¿quién dice que Dios no existe?. Me enfrasco en la lectura de “El Callejón de los Milagros” de Naguib Mahfuz. Pasaré por unas horas, posiblemente pocas, de noticias externas que casi siempre conducen al desosiego. Nada de prensa, radio o televisión. Tan solo una buena dosis de soledad, música y lectura o lo que es lo mismo el Triángulo de las Bermudas de la reflexión. Cuando escribo este “Toma de Horas” es sábado trece de febrero y el día amenaza frío, lluvia y no se cuantas cosas desagradables más. A las seis de la tarde dan el Betis con el Recre por el Canal Sur (espero que no nos llevemos los verdolagas una nueva decepción).

Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve. En esta semana que está a punto de concluir asistí a mi primer Cabildo como hermano del Gran Poder. Un nuevo ejercicio de sublime sevillanía que llevarme al zurrón de mi existencia. Se aprobaron por unanimidad las nuevas reglas que –entre otras cosas- equiparán a las mujeres y a los hombres en derechos y deberes. Modélico Cabildo acorde con las enseñanzas de Aquel que nos miraba compasivo, doliente y expectante desde el altar principal. Todo enmarañado en el mágico ritual que marca el compás del tiempo de la Ciudad.

¿Quién dijo que el invierno es proclive a la melancolía?. Craso error comete quien así lo crea. Es tiempo de introspección. De buscar en las paredes del alma aquellos hermosos cuadros que un día colgamos y hoy tenemos tan olvidados. Ilustrarse, crecer como personas y remar pausadamente en el lago de los sueños. Vivimos tiempos difíciles donde siempre estamos atrapados en la cárcel de lo cotidiano e inmediato. Todo lo hacemos en una carrera vertiginosa que la mayoría de las veces solo conduce a la nada. Dice una letra de una hermosa sevillana: ”una pará en el camino, una guitarra y un cante”. Muy cierto es. Se nos hace necesario, cada vez más, parar de vez en cuando y hacer balance de nuestra vida. Las metas son para luchar por ellas, lo de lograrlas siempre será cuestión baladí. Lo importante es tener la certeza de haber “puesto toda la carne en el asador”. Dice un viejo amigo que hoy día hasta para morirse hay que mirar la agenda o pedir cita. Seamos sinceros: ¿cuándo fue la última vez que manejamos una porción de nuestro tiempo a nuestra santa y real gana?. ¿Cuántas veces a lo largo de la semana decimos aquello de:”oye, llámame y quedamos para tomar una copa y charlar un rato?. Luego siempre surgirán imponderables, y dejaremos en suspenso el compartir una migaja de nuestra existencia con alguien con el que realmente nos sentimos queridos, libres y cómplices. Lo que se suele llamar un: ”compañero del alma, compañero”. Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve.

Tiempo de espera antes los días del gozo que están por llegar. ¡Que poquito queda ya!. Un día alguien dirá: ”la Primavera ha venido nadie sabe como ha sido”. Ya todo será distinto. Saldremos a la calle y cortejaramos a esta bella Ciudad que como una mocita casadera se engalana y ruboriza con nuestra presencia. Pero para que llegue ese esperado y soñado momento todavía nos quedará un pequeño paréntesis invernal. Serán tiempos de lecturas sosegadas en mesas de camilla al calor de un brasero que nos retrotrae a épocas pasadas. El dulce y acogedor calor del hogar (no confundamos casa con hogar). De músicas digeridas desde lo más profundo del alma. De visitas a capillas, hoy semivacias y muy pronto abarrotadas, donde la serenidad de lo divino se hace patente. De humeantes cafés compartidos con el sabor de la amistad. De raciones diarias de paracetamoles e ibuprofenos. De copas de oloroso y manzanilla que enervan los sentidos y sacan a pasear lo mejor de nuestra condición humana. De visitas al Aljarafe para saborear el último mosto del año. De olor a pan de pueblo y a campiña mojada. De esporádicas escapadas en mañanas soleadas (si consigue alguna vez salir el sol un par de días seguidos) a costas marineras donde la línea del horizonte nos marca la diferencia entre mar y playa. De paseos por parques y jardines donde sentiremos a nuestro paso el crujir de las hojas secas vencidas por el viento.

Esta tarde ví llover,
ví gente correr
y no estabas tu.

Tantos momentos en que la Ciudad se nos ofrece desde su quietud y su lento caminar hacía el horizonte de su luz más radiante. Saberlos atrapar es cosa nuestra. Alguien cantó acertadamente: ”porque en amores, las caricias soñadas son las mejores”. Pues eso, soñemos desde el Invierno la llegada del dulce beso de la Primavera sevillana. Y mientras tanto como canta Serrat:

Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve,
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados,
sobre los campos, llueve.

De todas formas, mejor ahora que en el próximo y anhelado Domingo de Ramos.

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