lunes, 10 de enero de 2011

Comprar es un placer (en las rebajas)



Tiempo de rebajas. Fundamentalmente de ropa y abalorios. De la búsqueda compulsiva en busca de prendas que ayer colgaban de unos cartelitos, y parecían decirnos en Navidad: “prohibitivo, espérate a las rebajas por si suena la flauta”. Fundamentalmente en lo rebajado, casi todo gira en torno a la vestimenta. Nos esmeramos en el vestir por dos cuestiones fundamentales: por cumplimentar nuestra autoestima y procurando estar siempre prestos para el arte de la seducción. Clarificador resulta cuando en los comentarios posteriores a una boda, dice una sevillana de las de antaño: “ella iba mu fina pero hija él vale mucho más que ella”. Resumiendo venía a decir que: la novia era un “coco” vestida de blanco, y en que cojones estaría pensando el “muchacho” cuando se fijo en este adefesio. Comparto la opinión de algunos modistos de que hoy día no existen mujeres “feas” sino inadecuadamente vestidas y peor restauradas. Esto para no ser tachado de machista entiendo que es extrapolable al género masculino. Nunca entendí a lo largo de mis distintas etapas existenciales que el vestir bien –no confundir con vestir caro- era una cuestión secundaria. Pocas dudas caben de que las personas estamos configuradas por una doble vertiente: el sentido de la ética (armazón ideológico, profesional, espiritual, cultural y sentimental) y el caparazón de la estética (educación, civismo, higiene y vestimenta).


Lamentablemente existen unos roles en el vestir impuestos por unos cánones dictatoriales del comercio de la Moda (multimillonario por cierto). Todo gira en establecer unos estereotipos de belleza femenina, prácticamente inalcanzables para el noventa y nueve por ciento de las mujeres. Angelina solo hay una en el Planeta y es –de momento- compañera sentimental del afortunado Brad Pitt. Esto ha llevado a callejones sin salida a muchas jóvenes a través del infierno de la anorexia y la bulimia. Los criterios a seguir, para darle “vidilla” al cuerpo en su variante externa, debían de observar un código enmarcado en el ninguneado campo de la racionalidad. A saber: 1) La salud por encima de todo. 2) Aceptarse como te ha configurado la vida (a través de tus padres) y la aportación de la Madre Naturaleza. 3) Mejorar aquello que sea manifiestamente mejorable, sin acudir a milagros vía potingues o inocuos y muy costosos fármacos, intervenciones quirúrgicas peligrosas e innecesarias y, sin tomar como referencia a Penélope Cruz and Company. Todo enmarcado en sentirse cómoda y sin complejos de “patito feo”. Este no aceptarse está configurado mayoritariamente en el mundo de las mujeres, aunque los hombres avanzan –avanzamos- a pasos agigantados a estos resbaladizos territorios. Hace unos años apareció la figura del “metrosexual”, reconociendo que todavía a nivel sociológico no tengo plenamente claro en que consiste exactamente. Incluso el ex presidente Aznar alardea de hacer cientos (¿o son miles?) de ejercicios abdominales al día. Uno reconoce que solo se agacha cuando se le cae al suelo del bar alguna moneda de la vuelta. En mi juventud practiqué mucho deporte pero, más que para estar en forma, era para descargar la adrenalina acumulada. Al día de hoy sigo siendo un andarín incansable y afortunadamente todavía no me apareció la “barriguita cervecera” (sin haber renunciado a mis “homenajes” correspondientes).


Cuidarse, mantenerse sano, vestir bien y oler a gloria bendita es algo agradable para uno mismo y para los que conviven con nosotros. Lo primero que valoramos de una persona es lo que nos entra por los ojos y por la nariz. Si a posteriori nos evidencia que en su interior no está hueca pues miel sobre hojuelas.

Compremos pues cuanto podamos en las largas rebajas. Lo aconsejo por dos razones: para cumplimentar el placer de la estética y por tener grandes e íntimos amigos trabajando en el mundo del comercio sevillano. Gastemos cuanto podamos o el chiringuito se va al garete.

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