lunes, 7 de marzo de 2011

El noble ejercicio de nietear



Nietear.1 (Dícese del noble ejercicio sentimental que desarrollan personas maduras y cuyos principales destinatarios son los hijos de sus hijos). El nieteo es en definitiva, posiblemente, la ultima oportunidad que tendremos los humanos de mostrarnos tiernos y bondadosos. Cuidar, mimar y proteger las ramas más nuevas de tu árbol genealógico es formar parte de los nobles jardineros de Dios. Desde hace algo más de un año formo parte de la “legión de los baberos”, y doy fe de que es algo verdaderamente insustituible. No tiene parangón con ninguna parcela sentimental desarrollada con anterioridad. En la actualidad la vida me ha marcado en mi calendario sentimental dos ansiadas visitas semanales y, resultándome las mismas, hartamente provechosas y enriquecedoras. Los miércoles acudo al enclaustramiento que padece mi madre en una Residencia de la Tercera Edad en Sanlúcar la Mayor: ¡Que lejos está del soniquete de las campanas de San Nicolás! ¡Que distancia más grande entre ella y el divino talón del que mora en San Lorenzo! Lo cierto es que, ya camino de los 99 años de edad, se resiste a abandonar la Tierra de María Santísima. ¡Es mucha Encarna esta Encarna para tan pocos “Encarnitos”!

Los jueves a Dos Hermanas en busca de mi nieto Rafael y a desarrollar el noble ejercicio de nietear. El pasado 31 de enero ya cumplió su primer año de existencia sevillana y verlo crecer es de las experiencias más gratificantes que me han pasado en la vida. Un nuevo diente, un nuevo balbuceo, un nuevo gesto o, simplemente el comprobar como va descubriendo poco a poco cuanto le rodea, es rozar el cielo con la punta de los dedos. Tengo la enorme tranquilidad de que está en las mejores manos posibles, existiendo plenas garantías de que será una persona honesta, solidaria, bondadosa e impregnada del noble don de la sevillanía. Mi nieto se llama Rafael, hermoso nombre ligado a mi tradición familiar más íntima y sevillana. Igual que mi padre, Rafael Franco Fernández “Niño de San Nicolás” y, también como mi tío-abuelo Rafael Fernández del Toro, el mismo que talló el actual paso del Señor de la Sentencia de la Hermandad de la Macarena (1955) y, al que más pronto que tarde, dedicaremos un Toma de Horas para recordar su obra y honrar su memoria. Uno más entre los grandes ignorados de esta desmemoriada Sevilla.

Ser abuelo te conciencia, ya de manera rotunda y definitiva, sobre las terribles calamidades que se ciernen sobre el mundo de los santos inocentes: los niños. Según espeluznantes datos de UNICEF diariamente mueren ¡22.000! niños menores de 5 años. India, Nigeria, República del Congo, Pakistán y China, configuran el Quinteto de la mortalidad infantil. En el África Subsahariana, uno de cada 8 niños fallece antes de cumplir los 5 años de edad. Datos terribles y sobrecogedores que deben hacer que temblemos desde nuestra condición de felices y complacientes abuelos. Colaboremos pues en la medida de nuestras posibilidades en frenar, o al menos paliar, esta hambruna de siglos que llena a diario la Tierra de cadáveres infantiles. Son un claro ejemplo de nuestro fracaso como seres humanos. Niños preocupadamente obesos en los países desarrollados, y niños esqueléticos y moribundos en los del tercer Mundo. Saber ver, a través de los ojos de nuestros nietos, lo terriblemente trágico que resulta en algunos sitios llegar a ser niños simplemente. No los abandonemos a su triste destino. No rompamos, sin abrir siquiera, los sobres que UNICEF deposita en nuestros buzones como si se tratara de una vulgar propaganda comercial.
Si caen en saco roto los SOS que nos lanza esta ejemplar Organización humanitaria, estaremos haciéndonos cómplices del triste abandono a que están siendo sometidos los niños pobres de la Tierra. Nieteemos pues cuanto podamos, pero cedamos un resquicio de nuestros bondadosos corazones de abuelos para aquellos niños que nacen con la cruz del infortunio marcada sobre sus frentes.

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