miércoles, 5 de septiembre de 2012

Robin de Marinaleda

 
El pasado agosto ocurrieron muchas cosas en el mundo evitando que el periodismo tuviera que buscar las socorridas “Serpientes de verano”. Un artefacto creado por los hombres se posó en Marte buscando vida (a ver cuando se posan algunos llenos de alimentos en el “Cuerno de África” para que la siga habiendo allí). Julian Assange, en un ejercicio de oportunismo, se refugió en el Consulado ecuatoriano de Londres para evitar su extradición a Suecia, acusado por delitos sexuales (por cierto: ¿qué pinta don Baltasar Garzón en medio de este tinglado? Al final tendremos que darle la razón a sus detractores). Pero, para los españoles, la “noticia de las noticias” agosteñas fue el asalto perpetrado contra dos supermercados andaluces por miembros (creo que ellos prefieren que se les llame jornaleros) del SAT. Encabezados, como no podía ser de otra forma, por el inefable Juan Manuel Sánchez Gordillo. Sacaron unos carros llenos de alimentos de primera necesidad y, los mismos, fueron rechazados sensatamente por organizaciones que se dedican a cubrir las necesidades primarias de la gente más desfavorecida. La noticia corrió como la pólvora (¿pólvora?, ¡lagarto, lagarto!) por todas las televisiones nacionales e internacionales. Se dio incluso la circunstancia que la televisión nipona desplazó un equipo a Marinaleda para entrevistar a Sánchez Gordillo. Había nacido una versión andaluza y campesina de Robin de los Bosques: Robin de Marinaleda. Estos sucesos han propiciado un debate a escala nacional donde nadie quiere –ni puede- quedarse al margen. El mismo se encuadra en tres preguntas con trampa: ¿Es lícito que una persona robe comida para que sus hijos no pasen hambre? ¿Es este el único camino que los políticos (con su nefasta gestión) le han dejado a la legión de trabajadores que hoy viven sumidos en la desesperación? ¿Tiene ya agotadas la ciudadanía todas las variantes que tiene a su alcance para regenerar el obsoleto, podrido y necesario sistema democrático español? Sánchez Gordillo no es más –ni tampoco menos- que un iluminado ácrata que, en un ejercicio de talento natural, ha comprendido que le había llegado su momento de gloria. ¿Lo podemos tachar de demagogo cuando dice que en Andalucía hay muchas personas pasando hambre y sufriendo graves necesidades perentorias? Dicen que en su pueblo –Marinaleda- no existe el paro ni tampoco nadie que carezca de una vivienda digna. Lleva muchos años de Alcalde y aún más pasando de largo por las puertas de las peluquerías (antes llamadas barberías). Sánchez Gordillo se nos representa como una mezcla entre Marx y Bakunin pero, eso si, en clave olivarera. Posiblemente, sin él proponérselo siquiera, ha creado una personalidad “reivindicativa-revolucionaria” que ha terminado por engullirlo. “Que cosas dice este loco / que la verdad no la dice / pero mentira tampoco”. En agosto fue el personaje de moda en todos los medios y su pañuelo palestino se paseó combativo por los distintos platós de televisión. Guste más o guste menos, él solo ha provocado más revuelo social que todos los “desparecidos en combate” del 15-M juntos. Evidentemente, no puedo estar de acuerdo en que se asalten supermercados y que un diputado se “salte a la torera” las reglas del juego democrático. Pero, aún lo estoy menos con abandonar a su triste suerte a millones de personas conducidas a la pobreza por corruptos y especuladores.
 
Resultaba patético, en un ejercicio de malabarismo político, escuchar las declaraciones del señor Valderas sobre estos acontecimientos. Por una parte tenía que defender a su compañero de Partido (IU) y, a la vez, mostrar su rechazo institucional (es nada menos que Vicepresidente de la Junta de Andalucía). El Poder lleva implícito el tener que convivir con las contradicciones propias y ajenas.
 
“El de las barbas”, estemos o no de acuerdo con él, ha puesto la “pelota” en el tejado de la Crisis. Posiblemente este no sea el camino, esperando que los políticos -a los que mantenemos espléndidamente entre todos- nos lo indiquen de una vez por todas. Gordillo no es la solución pero tampoco lo es Rajoy.

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