Lo cantaba el hoy injustamente olvidado Romero Sanjuán: “Pasa la vida, igual que pasa la corriente / cuando el río busca el mar / y yo camino indiferente allí donde me quiera llevar”. Recuerdo una tarde plomiza, eterna y cansina de este verano cuando me dio por hacer balance sentimental de lo vivido. Cosas de viejos aburridos. Trataba, en definitiva, de hacer un recuento riguroso de aquellas personas que a lo largo y ancho de mi vida me habían dejado secuelas. En el largo, duro y hermoso ejercicio de la existencia humana uno se va cruzando con mucha, muchísima gente. La mayoría entran y salen de nuestras vidas sin pena ni gloria. Son fácilmente amortizables y con fecha de caducidad en nuestra memoria sentimental. Tan solo una minoría consigue dejarnos una huella indeleble y que el tiempo no hace más que acrecentar. Nos ayudaron a crecer en cualquiera de las variantes positivas de las que se nutre el ser humano. Después de repasar varias veces esta lista -de sentimientos imperecederos y compartidos- la componen exactamente diez personas. No me salían más pero tampoco menos. No me estoy refiriendo ni a amores fugaces ni tampoco a buenos y grandes amigos. Lo hago con aquellos/as que han configurado e incidido en la formación de mi carácter, personalidad, posicionamiento político-cultural-social y cuanto de bueno habite en mi persona. Cada vez que recuerdo a alguna de ellas lo hago asomado a la atalaya del agradecimiento más sincero (con Manuel Alonso Hidalgo, en el centro de la foto que adjunto, a la cabeza). Sin ellas la vida –mi vida- carecería de sentido. Algunas de estas personas hace ya años que me dejaron huérfano de su siempre grata compañía. Otras, se diluyen en las inmisericordes distancias marcadas por las circunstancias. Las menos, muy pocas ya, son un residuo donde poder agarrarme en caso de naufragio. Todas para mí entrañables y todas dignas de mi respeto, cariño y agradecimiento. Un día, esperemos que aún muy lejano, posiblemente tenga que rendirle cuentas al Sumo Hacedor. Solo espero hacerlo al machadiano modo: ligero de equipaje, con los bolsillos vacíos, el corazón aún con buenas intenciones por gastar y con las manos limpias. Asumimos la vida como un compendio de luces y sombras. Acertamos y nos equivocamos a la par que respiramos cada día. Siempre me ayudó para vivir el tener la conciencia tranquila, la espalda ancha y los “huevos” (con perdón) tamaño XXL. He conocido la bondad y la perversión que anidan en el ser humano. Nada me fue ajeno y aprendí –o al menos lo intenté- de cuanto me tocó vivir. Hoy sigo siendo un modesto aprendiz de la vida y sus circunstancias, intentando tropezar en piedras distintas cada día (quien no arriesga no vive). De cuantos “Juan Luis” anidaron en mi interior el actual es con el que me encuentro más satisfecho. He madurado algo tarde y puede que todavía de manera incompleta. Los románticos somos infantiles por nuestra propia naturaleza y por la concepción de las cosas. Un escritor ingles cuyo nombre no recuerdo, (como siempre, recurramos al socorrido Winston Churchill) dejó escrito en su testamento que en su tumba apareciera este escueto epitafio: “Intente ser bueno pero no me dejasteis / vosotros os lo habéis perdido”.
La vida es tremendamente hermosa y bien está mostrar nuestro eterno agradecimiento a quienes nos ayudaron a entenderla e interpretarla.
Magnifica reflexión.
ResponderEliminarMagnífica de veras.
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