lunes, 29 de octubre de 2012

Paseando a Miss Hamilton (II)


Cuando José Ramón Lozano Franco puso su pie derecho en el primer escalón de la Residencia de Mayores de San Juan de Dios de la calle Sagasta, los seis relojes de “El Cronometro” de la sevillana calle Sierpes marcaban exactamente las diez de la mañana. Era un miércoles 5 de septiembre del Año del Señor del 2011. Le abrieron la cancela y le condujeron a un patio interior donde le esperaba elegantemente sentada Miss Margaret Hamilton Sullivan, una inglesa con muchos años vividos y no pocos de ellos bajo la sombra de la Giralda. Vestía un vestido azul-turquesa. Unos zapatos negros de tacón bajo. Un reloj de plata vieja en su mano derecha. Unos abalorios que al combinarse a la perfección en muñeca, cuello y orejas daban a su indesmallable figura (cual medias de nylon) un porte, a la vez, aristocrático y mundano. El pelo recogido con un par de gomillas del mismo color que su vestido (no portaba bolso pues nunca lo utilizó a lo largo de su vida). Todo rematado con un bastón de caña de bambú y un abanico que le regalaron sus cuidadoras adquirido en la cercana Casa Rubio. Iba “arregladita como para ir de boda”. Cuando se lo presentaron ella, mirándole fijamente a los ojos, extendió levemente su mano y el se la estrechó suavemente a la par que inclinaba levemente su cabeza.

 - Es un placer conocerla señora, me llamo José Ramón. -

 Ella le contestó haciendo gala de su flema británica:

 - Igualmente joven, si le parece a usted bien nos ponemos ya en marcha.

 Le ofreció su brazo izquierdo y ella se agarró a él con firmeza avanzando lenta pero segura. Iba apoyada en un muchacho sevillano de San Lorenzo y un bastón de caña de bambú (la India colonial y el Corazón sentimental de Sevilla sirviéndoles de soporte). Avanzaron unos metros en silencio hasta desembocar en una Plaza del Salvador inmersa en un vuelo de palomas hambrientas y un transitar de viandantes siempre con prisas. Pegándole un pequeño tironcillo del brazo para que se parara le dijo:

 - Huelga que le diga joven que todos los gastos siempre correrán de mi cuenta.

Él sonrió y le dijo que eso no significaría problema alguno. Continuaron avanzando hacia la Plaza del Pan y allí decidieron hacer una primera paradita para desayunar en el exterior del “Bar Europa”. Para ella un té con limón y una tostada de pan integral con mermelada de fresa. Él, un café con leche y media de aceite y jamón. Le preguntó si conocía un kiosco cercano donde vendieran prensa extranjera. José Ramón le dijo que no se le ocurría otro más cerca que el Puesto de Curro en plena Campana. Todavía no habían conseguido romper el hielo que transforma y lleva a las personas de la cortesía al afecto. Estaban tensos y flotaba en el aire un quiero y no puedo. Le hizo un ademán para que la ayudara a levantarse a lo que él respondió solicito. Volvieron sobre sus pasos y ella se paró un momento ante el azulejo de la Virgen del Rosario Coronada en la calle Córdoba.

 Le dijo con una voz media susurrada: ¡Por Dios, que os gusta a los sevillanos un azulejo callejero! Fue la primera vez que compartieron una sonrisa no exenta de cierta complicidad. La mañana avanzaba lentamente y ellos también lo hacían con ella….

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