viernes, 5 de octubre de 2012

Eternos desubicados. Desubicados eternos


Los seres humanos cubrimos nuestra existencia terrenal imbuidos en una sempiterna desubicación. Buscamos de manera permanente una ubicación acorde con nuestros anhelos y ambiciones. Queremos, en definitiva, ser otra persona más atractiva; más rica; más culta; más sana y más acorde con unos cánones sociales difícilmente alcanzables. Esto, en esencia, no se nos debía aparecer como algo manifiestamente malo ni tampoco bueno per se. El bajo quiere ser alto y el gordo quiere ser flaco. También puede darse esta disyuntiva justamente al revés. El rico sueña con pertenecer al mundo de los muy ricos. El pobre lo hace, simple y llanamente, con dejar de serlo. Los chinos sueñan con ser japoneses. Estos a su vez con convertirse en norteamericanos. Los del país de las barras y estrellas quisieran ser ingleses. Los compatriotas de “Los Beatles” con una pátina de afrancesamiento. Los franceses tienen como referencia a los italianos. Desde la bella Italia sueñan, sin reconocerlo, con ser españoles. Desde la Piel de Toro se sueña con ser argentinos. Al final, como no podía ser de otra forma, todos terminamos navegando por el Mar del Plata. Eternos desubicados en busca de paraísos difícilmente alcanzables en vida. Desubicados eternos con el estrés y la ansiedad cosidos a nuestra piel. Te pones nervioso por la inminente llegada de las vacaciones. Después lo estás por comprobar que los días pasan excesivamente rápidos. Te quemas los labios con el primer café mañanero por tener el coche mal aparcado. Saludas a los amigos levantándoles el brazo por las calles como si fueras un juez de línea. Templanza es, o debía ser, el mejor antídoto contra la desubicación. Vivimos unos tiempos realmente complicados (¿cuándo no lo fueron para nosotros?) y ya todo resulta manifiestamente empeorable. Pero esto no puede –o al menos no debía- justificar el que vivamos permanentemente con la “quinta marcha” puesta. Tenemos problemas muy serios pero nunca podremos resolverlos desde la angustia existencial. Nunca, como ahora, nos hizo más falta la existencia de Dios y nunca, como en el presente, tenemos más motivos para dudar de todo. Ves una carta en el buzón y casi das por sentado que serán malas –o regulares- noticias. Te llama un amigo del que hacía tiempo no tenias noticias y ya puedes ir preparando la chaqueta de los tanatorios y camposantos. Tú te ubicas mal en el presente; otros te ubicaron mal en el pasado y algunos te están ubicando en un “futuro” lleno de ladrones. Luchar contra este estado de cosas es tarea hartamente compleja. Nos han convertido en hombres-máquinas y nosotros, dócilmente, la hemos engrasado de manera voluntaria. Decir en una reunión que siempre estabas súper-liado y que nunca tenías tiempo para nada era una manera de distinguirse socialmente. Ahora nos dicen que ha llegado el momento de volver a ubicarnos allí donde nos dejaron un día nuestras abuelas. ¿Daremos con el sitio? Posiblemente sea verdad aquello de: “Nunca es tarde si la ubicación es buena”.

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