Los seres humanos cubrimos nuestra existencia terrenal imbuidos en una
sempiterna desubicación. Buscamos de manera permanente una ubicación acorde
con nuestros anhelos y ambiciones. Queremos, en definitiva, ser otra persona más
atractiva; más rica; más culta; más sana y más acorde con unos cánones sociales
difícilmente alcanzables. Esto, en esencia, no se nos debía aparecer como algo
manifiestamente malo ni tampoco bueno per se. El bajo quiere ser alto y el gordo
quiere ser flaco. También puede darse esta disyuntiva justamente al revés. El rico
sueña con pertenecer al mundo de los muy ricos. El pobre lo hace, simple y
llanamente, con dejar de serlo. Los chinos sueñan con ser japoneses. Estos a su vez
con convertirse en norteamericanos. Los del país de las barras y estrellas quisieran
ser ingleses. Los compatriotas de “Los Beatles” con una pátina de
afrancesamiento. Los franceses tienen como referencia a los italianos. Desde la
bella Italia sueñan, sin reconocerlo, con ser españoles. Desde la Piel de Toro se
sueña con ser argentinos. Al final, como no podía ser de otra forma, todos
terminamos navegando por el Mar del Plata. Eternos desubicados en busca de
paraísos difícilmente alcanzables en vida. Desubicados eternos con el estrés y la
ansiedad cosidos a nuestra piel. Te pones nervioso por la inminente llegada de las
vacaciones. Después lo estás por comprobar que los días pasan excesivamente
rápidos. Te quemas los labios con el primer café mañanero por tener el coche mal
aparcado. Saludas a los amigos levantándoles el brazo por las calles como si
fueras un juez de línea. Templanza es, o debía ser, el mejor antídoto contra la
desubicación. Vivimos unos tiempos realmente complicados (¿cuándo no lo fueron
para nosotros?) y ya todo resulta manifiestamente empeorable. Pero esto no puede
–o al menos no debía- justificar el que vivamos permanentemente con la “quinta
marcha” puesta. Tenemos problemas muy serios pero nunca podremos resolverlos
desde la angustia existencial. Nunca, como ahora, nos hizo más falta la existencia
de Dios y nunca, como en el presente, tenemos más motivos para dudar de todo.
Ves una carta en el buzón y casi das por sentado que serán malas –o regulares-
noticias. Te llama un amigo del que hacía tiempo no tenias noticias y ya puedes ir
preparando la chaqueta de los tanatorios y camposantos. Tú te ubicas mal en el
presente; otros te ubicaron mal en el pasado y algunos te están ubicando en
un “futuro” lleno de ladrones. Luchar contra este estado de cosas es tarea
hartamente compleja. Nos han convertido en hombres-máquinas y nosotros,
dócilmente, la hemos engrasado de manera voluntaria. Decir en una reunión que
siempre estabas súper-liado y que nunca tenías tiempo para nada era una manera
de distinguirse socialmente. Ahora nos dicen que ha llegado el momento de volver
a ubicarnos allí donde nos dejaron un día nuestras abuelas. ¿Daremos con el sitio?
Posiblemente sea verdad aquello de: “Nunca es tarde si la ubicación es buena”.
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