Una copita de “Alfonso”
En la Taberna soñada;
Vivir lejos del responso
Y cerca de tu mirada.
Ahora si que podemos decir con rotundidad que empieza la cuenta atrás.
Las cuentas de un rosario sentimental que determinarán que dentro de un mes la Ciudad volverá a renacer en
su día más soñado y esperado: otro Domingo de Ramos. Ya todo pasará a un
segundo plano –incluyendo el “Magno Vía-Crucis”- y volveremos todos a ser niños
ilusionados soñando con el paraíso perdido. Esta Ciudad cobra su magnificencia
en las gozosas esperas y se nos muere en la culminación del gozo. Las
tradiciones se nutren del maná de la nobleza y siempre giran en un círculo
mágico donde todo cobra sentido. La
Ciudad estará lista, como siempre y desde siempre, para que
el Hijo de Dios y su Bendita Madre salgan a nuestro encuentro. Posiblemente
este año y como consecuencia de las calamidades que nos rodean todo cobre una
especial relevancia. Estamos sumidos en la desesperanza con el convencimiento
de que esto ya no lo arregla ni Dios. Vivamos pues esta Semana de Pasión y Gozo
(contradicción que Sevilla explica como nadie) no como la última de nuestra
vida, sino como la primera de un tiempo feliz que aún está por llegarnos. Cuando
el Cristo del Amor revire hacia la calle Javier Lasso de la Vega el Domingo, el soñado
Domingo, ya se nos irá muriendo con Él. En el aire notaremos aromas
semana-santeros de Lunes Santo. Pero no nos precipitemos en aras de unos
preámbulos que “gracias” a las televisiones locales ya duran todo el año. Confío que ¡por fin! el tiempo (de nubes y
precipitaciones) se nos muestre misericordioso y todas las Hermandades
completen sus recorridos sin sobresaltos meteorológicos (ni de cualquier otra
índole). Son ya dos años sin pisar las calles
de la Ciudad
vestido con mi túnica de ruán pasionario y una tercera ausencia –a ciertas
edades- sería un castigo excesivo. Asumimos
que nuestra Semana Mayor es única no por ser la mejor –que también- sino por
redimirnos a los sevillanos ante nuestras propias miserias. Las ciudades no son
solamente entes abstractos donde sus esplendores son fruto de su belleza
arquitectónica-monumental y sus laberintos culturales-sentimentales. Son
arterias vivas por donde discurren las tradiciones heredadas de nuestros
mayores y donde, cada año, renacen cuando la fe, la tradición y la belleza se
unen de manera armoniosa. No conozco a un solo sevillano –incluyendo los
legítimamente descreídos- que no tengan en su interior su Semana Santa
particular e intransferible. Es, a que negarlo, la llamada de la Ciudad que cada Primavera
se reviste de luz y color para mostrarnos, sin fisuras, que todos cabemos bajo
su manto. Contextualizar esos soñados días desde la Antropología, el Arte
o la Historia
es manifiestamente realizable; hacerlo desde la perspectiva sentimental es
tarea harto compleja. Son los muertos –nuestros muertos- quienes nos reclaman
al conjuro de la llamada de la sangre. La Tradición no es colocar
el dos detrás del uno: es asumir que el tres es la suma de los dos primeros. Vivamos pues, con arreglo a la enseñanza de nuestros
mayores, arropados solidarios entre nosotros y arropando a la Ciudad.
Ningún sevillano, vivo o muerto, faltó ni faltará nunca a esta cita de
corazones palpitantes. Notamos la presencia de los ausentes y, con los ojos
cerrados, extendemos nuestra mano para que nos paseen de nuevo por el paraíso
soñado. Un mes, tan solo un mes, y todo
volverá a renacer de nuevo. Hoy, sin más
dilación, empieza la cuenta atrás.
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