La vida cotidiana de los españoles, y sobre todo de los andaluces, está
llena de símiles procedente del campo de la tauromaquia. Cualquier situación a lo que nos enfrentamos
siempre podrá explicarse en clave taurina. Si alguien no está siendo claro con
nosotros argumentaremos que “no para de darnos capotazos”. Serían muchos los ejemplos que podríamos
argumentar en ese sentido. Si algo define la magia del toreo es cuando se
consigue que la faena entre de lleno en el reino de la templanza. Decir que un torero tiene mucho temple es, como
conjunción de arte y valor, de los mayores elogios que pueden hacérsele. Esto
es perfectamente extrapolable a la idiosincrasia que mueve y configura nuestras
vidas. Cuando médicamente se nos dice que tenemos destemplanza es que algo no
funciona bien por nuestro interior. Cuando decimos en el Flamenco que un
artista no consigue nunca templarse más vale que cambie de profesión. Quien no
disfruta de manera pausada de lo que hace difícilmente conseguirá que disfruten
los demás. Reconozco sin ambages que llevo toda mi vida intentando romancear
con la templanza sin haberlo conseguido. Asumo su importancia pero mi innata
condición de bondadoso neurótico compulsivo determina que siempre sea mi gran
asignatura pendiente. En mi descargo, si
esto fuera posible, decir que las circunstancias no pocas veces determina tu
carácter. Puede que sea en estos últimos
años cuando noto que voy recorriendo el buen camino que gozoso me lleve al Reino
de la templanza. Mis nietos, a que negarlo, han sido un elemento fundamental
para aparcar las prisas. No las tengo para verlos crecer pues paralelamente
también me veré envejecer. Envidio sin reservas a cuantos conozco, aprecio y
valoro que manejan sus barcas valorando más la travesía que el desembarco. Gente
pausada que como Salva Gavira le dan a la vida y a las cosas su justa medida. Saber
valorar nuestro tiempo en momentos y minutos para saborear plenamente cuanto
Dios pone a nuestro alcance. A la cabeza de ellos estaría el trianero Ángel
Vela, donde la naturaleza nos muestra sin reservas en que consiste el temple.
Tiene andares de torero sabio; hablar pausado y reflexivo y escribe conjugando
armoniosamente sentimiento y conocimiento. Todo lo que uno hubiera querido ser
en la madurez para exprimirle a la vida sus mejores racimos de uvas. Cuando vivimos rodeados de la miseria que han
provocado una partida de miserables a través de la rapiña es imposible no
rebelarse. Pero incluso la rebelión se
debe reconducir –nunca domesticar- por medio de la templanza. Mis nietos han
conseguido el milagro de que mi alma se serene.
Todo me sabe mejor y ahora la lectura, la música, el cine y todo cuanto
me hace feliz lo saboreo de manera placentera. Verlos crecer sin prisa pero sin
pausa me ayudan a comprender y sobre todo valorar los momentos que Dios me ha
dado. Creo que ahora si estoy en el buen
camino -¡ya era hora! y cerca de instalarme en el Reino de la templanza. Como diría el “Pasmo de Triana”: “Nunca es
tarde si el temple es bueno”.
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