“Los seres humanos,
desgraciadamente,
aprendemos apenas un poco de lo
que vivimos, no de los que nos
aconsejan”
- José Mujica – (Presidente de
Uruguay)
Decía una letra flamenca que cantaba magistralmente (creo que por Tangos)
el injustamente hoy olvidado, Paco Taranto: “Muchos
consejos me dieron / y yo nos los quise / por uno que te han dao flamenca me
aborreciste”. Nos llevamos toda la vida escuchando o dando consejos sin que
casi nunca encuentren destinatarios. Cuando los pedimos, a gente que apreciamos
y valoramos, siempre lo hacemos convencidos que coincidirán con nosotros sobre
lo que pensábamos hacer de antemano. Más que consejos esperamos confirmaciones
sobre lo que pensamos o hacemos. Sugerencias,
consejos, instrucciones…todas llenas de buenas intenciones pero que casi
siempre terminan por perderse en los fondos de los sacos rotos. Reconozco haber
tenido a lo largo de mi andadura terrenal una feliz relación con personas cuyos
referentes morales, profesionales o intelectuales han sido determinantes en la
configuración de mi personalidad. Curiosamente no reconducían tu comportamiento
a través del consejo y/o la sugerencia. Te dejaban “caer” atinados comentarios
sobre cuestiones puntuales que tú terminabas asumiendo de muy buena gana como
propias. No te decían:”Yo tú no lo haría” sino más bien, “Haz lo que creas
conveniente pero yo hubiera actuado de otra manera”. Era una manera sutil e
inteligente de plasmar en tu persona la experiencia de lo vivido por ellos.
Creo, y bien que lo lamento, que hoy la palabra ha perdido sus necesarios
componentes de nobleza y sabiduría. Estamos instalados en una sociedad donde
prevalece la mentira, la mezquindad y los falsos halagos. Nadie tiene tiempo ni
ganas de escuchar lo que piensan los demás (sobre todo si se trata de personas
solventes moral, social e intelectualmente). Vivimos instalados en el grito, la
descalificación más soez y el exabrupto estentóreo propiciados desde la Tele-basura. Una
Sociedad que renuncia a sus referentes morales, políticos, sociales y/o
intelectuales tiene en su recorrido un trayecto incierto, abrupto y
accidentado. El uso de la palabra, escrita o hablada, es la mejor y única
manera que tenemos los humanos de liberarnos de las cadenas que otros se
encargan de que tengamos siempre relucientes. Renunciar a ella es renunciar a
la necesaria libertad. Tiempo, tiempo intrascendente de palabras perdidas.
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