No nos engañemos, la
Ciudad, nuestra Ciudad, es compleja por así determinarlo el
compartimiento de no pocos sevillanos. Los que destrozan sus parques y jardines
(lamentable el deterioro actual de la
Plaza de España después de un largo proceso de restauración)
son, lamentablemente, oriundos de esta Ciudad. Los que destrozan el mobiliario
urbano y empercochan calles y plazoletas son también, para nuestra desgracia,
de Serva la Bari. Los “modernos” que a lo
largo de la Historia
han destruido su rico patrimonio artístico labrado por sevillanos ilustres
también nacieron por estos lares. Alguien dijo y dijo bien que en Sevilla todo
es manifiestamente empeorable. Amar una Ciudad es protegerla de la sinrazón y
la barbarie. Hemos configurado en la
Ciudad (¿no ha sido siempre así?) una sociedad compuesta de
“plumillas depositarios de las esencias” y figurones de todo signo y condición.
Sevilla está llena de verdaderos personajes que le han dado lustre y que
permanecen ignorados por unos poderes proclives a la propia adulación. En la
actualidad manda una camarilla del “hoy por ti y mañana por mí” que ignoran o
desprecian todo aquello que se enfrente a sus espurios intereses. Intelectuales
que ya hace mucho tiempo vendieron su intelecto al mejor postor. Hoy sufren una
programada marginación personas del talento de Paco Vélez, Miguel Ángel Yáñez
Polo, Manuel Márquez de Castro, Ángel Vela o José Manuel Holgado Brenes. No se
cuenta con ellos para nada. Su inmenso talento y sus grandes aportaciones al
esplendor de la Ciudad
están sutilmente ninguneados. Han dedicado toda una vida a engrandecer la Ciudad de sus amores y el
pago recibido ha sido la marginación y el olvido. Ellos lo asumen sin alterarse
pues conocen profundamente a la
Ciudad en todas sus variantes: las buenas y las malas. Una
Ciudad no es tan solo un ente abstracto compuesto de monumentos, jardines e
Historia. Es por encima de todo un conglomerado de personas que la habitan y
que al conocer su esplendoroso pasado trabajan desde el presente por su
futuro. Puede que sea verdad aquello de
que Sevilla se sueña desde la distancia y se padece desde la cercanía. En fin,
me hago esta reflexión después de visitar ayer la –deteriorada- Plaza de España
con unos amigos italianos enamorados de la Ciudad. Vivir para ver.
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