Pasamos de la niñez a la juventud, de la juventud a la madurez y de
esta a la vejez impregnados y condicionados por los momentos vividos. Un
reguero de gozos y penas envueltos en las circunstancias personales de cada uno.
Las secuelas que dejan las horas y los días son un fiel reflejo de que nada ni
nadie pudo nunca detener el tiempo. ¿Quién ante un momento de plena felicidad
no ha deseado que el tiempo se parase? Este instante en el que tecleo una letra en mi ordenador ya forma
parte del pasado. Tan solo la
Literatura, la
Música, el Teatro y el Cine son capaces de eternizar las
emociones. Precisamente por eso: su capacidad de eternizarnos a través de la
emoción compartida. Todo lo demás es efímero y con fecha de caducidad en el
tiempo. Nuestros amoríos y lo que fuimos –en cualquier faceta de nuestra vida-
siempre entrará en contradicción con lo que somos y sentimos en el presente. El
tiempo, en sus epílogos, nos mostrará
inmisericorde su rostro más amargo. Vamos de nuestro corazón a nuestros asuntos
sin solución de continuidad. Nuestros
hijos son los padres de nuestros nietos y nosotros ya somos el primer eslabón
de esta cadena sentimental. La luna refleja su resplandor formando ríos de
plata pero también tiene un cerco negro que presagia la lluvia. No hay dos sin
tres. Unos solo encuentran sentido a sus vidas hablando del pasado; otros
haciéndolo sobre el futuro y algunos, los menos, comentando –y viviendo- el
presente. La vida es fundamentalmente el hoy. El ayer ya está vivido y el
futuro siempre estará por vivirse. Dios –o la Madre Naturaleza- nos concede
una porción de tiempo imprevisible para que, al menos, intentemos ser felices y
dejar alguna huella de nuestro paso por la vida. Buscamos la trascendencia
llenando las alacenas de cosas materiales y dejamos vacío nuestro espacio
sentimental. Ninguna ciudad como Sevilla manifiesta de manera más nítida el
paso del tiempo. Su Historia es una lucha contracorriente para perpetuar el
presente de cada momento histórico. Siempre actualizamos lo insustancial para
intentar vivir de los retazos de nuestra Historia. Presente, pasado y futuro unidos
tras las murallas del Alcázar. Esa es la lectura que Sevilla pide a voces – la
inmediatez- y a la que siempre prestamos oídos sordos. El presente atado con
alamares al reverso de la luna.
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