“Rincones de la niñez
Olas de la mar en calma,
Pisar por última vez
Dulces callejas del alma”
Recorrer cada día los sitios donde se duerme placidamente el sueño del
niño y las ilusiones de una juventud donde todo estaba por estrenarse. Hacerlo
sin más compañía que los recuerdos que te acompañan como un fardo que la mar
deposita suavemente en la orilla de la vida. La Judería, la Morería, San Lorenzo,
Triana, San Julián, Puerta de la
Carne… sitios donde al pisar su piel, cosida con sangre, amor
y fuego a las paredes del alma, es como si anduviéramos de puntillas por una
doble y convergente Historia: la de la Ciudad y la tuya propia. Laberintos urbanos y
sentimentales donde perderse buscando la imposible quimera de que el tiempo se
detenga. La inútil concordancia entre los momentos y las horas. Los relojes se
empeñan en que siempre miremos hacia el futuro y los recuerdos se empecinan en
que nunca olvidemos nuestro pasado. Nunca podremos saber lo que seremos pero si
tenemos meridianamente claro lo que fuimos y lo que hoy en día somos. Aves
solitarias en busca del paraíso perdido de la Vieja Híspalis. La nostalgia
puede ser una mala compañera cuando ya consideras insustancial el tramo de vida
que te queda por gastar. Pierdes gente querida en la batalla de los años y se
te incorporan nuevos afectos que dan pleno sentido a tu existencia. Cada vez
que me paro a contemplar las “Columnas de la calle Mármoles” no dejo de pensar
cuantos, a lo largo de los años, habrán hecho el mismo gesto. Mañana serán
otros los que nos releven en este deambular por las callejas del alma. Pasaron,
pasaremos y pasarán sin que se logre alterar este caudal de sentimientos
compartidos. La Ciudad
se nutre a diario de caminantes solitarios atados con hilos de seda a la cometa
donde se funde la Historia
con la vida. Sevilla y sus callejas: las
callejas del alma.
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