Sevilla y Roma sean, posiblemente, las dos ciudades del mundo donde
cuando a alguien se le otorga el calificativo de raro no quede claro que lo sea
en clave positiva o negativa. Reconozco
que todas las personas que me han servido de referentes políticos, sociales,
familiares y culturales tenían fama de ser “raros”. No es la primera vez que
alguien me hace llegar algún comentario sobre mi persona con el latiguillo de:
“Me comentaron que tú eras buena gente pero algo raro”. La duda, que sinceramente a mí me importa
bien poco, siempre quedará flotando en el aire. ¿Eres raro por no querer seguir
sin rechistar el camino de la manada? ¿Lo eres porque tus vivencias y
componentes personales así lo determinan?
Sinceramente puede que de todo exista un poco en el zurrón de la vida y
sus circunstancias. Ser sociable no puede significar darle afecto y confianza a
cualquier mentecato que se cruce en tu vida. La rebeldía en no pocas ocasiones
no encuentra más bandera que la que va implícita en la soledad del corredor de
–sin- fondo. Hay batallas personales que ya doy por perdidas. Que muchos que se
autoproclaman grandes amigos míos me llamen “José Luis”. Que en el mundillo del Flamenco se me llame
continuamente “Flamencólogo” cuando no soy más que un buen aficionado y un
pertinaz estudioso. Que, de tarde en tarde, me sigan proponiendo dar pregones
de Semana Santa cuando mi cultura cofrade es paupérrima. Que pongan en mis labios y en mi torpe pluma
cosas que ni he dicho y mucho menos escrito. Sevilla es, por antonomasia, la Ciudad de los raros.
Algunos verdaderamente ilustres y compararme con ellos sería un inútil
ejercicio de petulancia. Nada más lejos de mi intención. Me encuentro bastante
cómodo cargando con mis “rarezas” que nunca han excluido la sensibilidad, la
solidaridad, la nobleza y el afecto hacia los demás. Respeto para que me
respeten y vivo asumiendo una doble vertiente: indignado con las tropelías de
los poderosos y en paz con Dios y los hombres. Formar parte del complejo mundo
de los “raros” me hace sentirme satisfecho de, posiblemente, haber conseguido
uno de mis principales objetivos de juventud: no ser tan solo una simple oveja del
“rebaño”. Ser raro en Sevilla siempre
significó tener que pagar un peaje muy alto. Pero, ¿quién pensó alguna vez que
la libertad le saldría gratis? Raros del
mundo desuníos y navegar en solitario. Lo importante es llegar juntos a puertos
comunes.
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