domingo, 12 de enero de 2014

Los Raros





Sevilla y Roma sean, posiblemente, las dos ciudades del mundo donde cuando a alguien se le otorga el calificativo de raro no quede claro que lo sea en clave positiva o negativa.  Reconozco que todas las personas que me han servido de referentes políticos, sociales, familiares y culturales tenían fama de ser “raros”. No es la primera vez que alguien me hace llegar algún comentario sobre mi persona con el latiguillo de: “Me comentaron que tú eras buena gente pero algo raro”.  La duda, que sinceramente a mí me importa bien poco, siempre quedará flotando en el aire. ¿Eres raro por no querer seguir sin rechistar el camino de la manada? ¿Lo eres porque tus vivencias y componentes personales así lo determinan?  Sinceramente puede que de todo exista un poco en el zurrón de la vida y sus circunstancias. Ser sociable no puede significar darle afecto y confianza a cualquier mentecato que se cruce en tu vida. La rebeldía en no pocas ocasiones no encuentra más bandera que la que va implícita en la soledad del corredor de –sin- fondo. Hay batallas personales que ya doy por perdidas. Que muchos que se autoproclaman grandes amigos míos me llamen “José Luis”.  Que en el mundillo del Flamenco se me llame continuamente “Flamencólogo” cuando no soy más que un buen aficionado y un pertinaz estudioso. Que, de tarde en tarde, me sigan proponiendo dar pregones de Semana Santa cuando mi cultura cofrade es paupérrima.  Que pongan en mis labios y en mi torpe pluma cosas que ni he dicho y mucho menos escrito.  Sevilla es, por antonomasia, la Ciudad de los raros. Algunos verdaderamente ilustres y compararme con ellos sería un inútil ejercicio de petulancia. Nada más lejos de mi intención. Me encuentro bastante cómodo cargando con mis “rarezas” que nunca han excluido la sensibilidad, la solidaridad, la nobleza y el afecto hacia los demás. Respeto para que me respeten y vivo asumiendo una doble vertiente: indignado con las tropelías de los poderosos y en paz con Dios y los hombres. Formar parte del complejo mundo de los “raros” me hace sentirme satisfecho de, posiblemente, haber conseguido uno de mis principales objetivos de  juventud: no ser tan solo una simple oveja del “rebaño”.  Ser raro en Sevilla siempre significó tener que pagar un peaje muy alto. Pero, ¿quién pensó alguna vez que la libertad le saldría gratis?  Raros del mundo desuníos y navegar en solitario. Lo importante es llegar juntos a puertos comunes.

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