“Ni mármol duro y eterno,
ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo”
Hoy, veintidós de Febrero del 2014, hace exactamente setenta y cinco
años que falleció en Colliure (Francia) el poeta sevillano y universal don Antonio
Machado Ruiz. Fue un veintidós de Febrero de 1939 cuando murió el hombre para
dejar paso a la inmortalidad del poeta y al ejemplo imborrable de un hombre “en
el buen sentido de la palabra bueno”. Había nacido, en una de las dependencias
interiores del Palacio de las Dueñas sevillano, un veintiséis de Julio de 1875.
Descubrí a Antonio Machado cuando todavía mi adolescencia estaba recién estrenada
y casi todo pendiente de descubrirse. Un
recordado amigo del alma, y de sentimientos e inquietudes compartidas, me
prestó “Campos de Castilla” para que descubriera la poesía de Antonio Machado.
Mi amigo hace ya tiempo que duerme el sueño eterno de los justos y nunca le
estaré lo suficientemente agradecido –entre otras muchas cosas- por adentrarme
en el mágico mundo machadiano. Hoy sigo
de manera pertinaz con mi irrenunciable militancia machadiana. Un libro con sus
“Poesías completas” de la Colección Austral
y en Edición de Manuel Alvar preside mi escritorio. Este libro tiene para mí
una especial significación pues era de mi hija Alicia utilizado en su
fructífera etapa estudiantil. Duermen placidamente sus hojas inertes de
poemas vivos junto a las fotos de mis sonrientes nietos y la solemnidad del
Señor de la Pasión
(al final todos los nobles sentimientos derivan en la Poesía). En la vida y obra de Antonio Machado está
impresa los últimos años del siglo XIX español y las primeras décadas del
infausto siglo XX. Las convulsiones sociales y políticas y, sobre todo, la vida
cultural de este sufrido país nunca le resultaron ajenas al poeta
sevillano. Su vida fue un ejemplo
memorable de civismo moral y de firmeza defensora de las libertades.
Republicano sin fisuras supo desentrañar como nadie el alma del pueblo
español. Su poesía se nutre de la tierra
y se hace culta y reflexiva elevándose sobre la mediocridad existencial y los
comportamientos ruines. Nada le resultó ajeno y supo como nadie dejar fiel
testimonio de que “se hace camino al andar”. Cualquier ocasión es buena para
releer a Antonio Machado y el aniversario de su muerte puede ser una de ellas.
Murió en el exilio enfermo, cansado y solo siendo enterrado en el bello pueblo
francés de Colliure en compañía de su madre (fallecida tres días después del
poeta). En un bolsillo de su raído abrigo encontraron un trozo de papel
garabateado a lápiz que decía: “Estos días azules y este sol de la
infancia”. Sevilla siempre en el corazón
de un poeta eterno y universal que justifica con creces el noble honor de
considerarme de por vida machadiano.
¡Gloria eterna a Antonio Machado!
Si señor, hay pocos poetas en lengua castellana que se puedan aproximar a la categoría de Don Antonio. Yo también, machadiano. Un abrazo, Juan Luis.
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