Se nos ha muerto (digo bien cuando escribo “se nos ha muerto”. Pues así
ha ocurrido para todos los españoles de bien independiente de sus ideologías)
don Adolfo Suárez González. Alma máter de la Transición española y
uno de los políticos claves (junto a Santiago Carrillo y Felipe González) del
modélico discurrir de este dificilísimo periodo de la vida política
española. Don Adolfo Suárez tuvo que
pelear en solitario sin más ayuda que media docena de incondicionales (entre
los que se encontraba el propio Rey) y el inestimable soporte moral y
sentimental de su mujer Amparo. La
Derecha lo acusaba de renegado y traidor y la Izquierda desconfiaba
plenamente de alguien que venía de los últimos laberintos del Régimen franquista. Posiblemente existan pocos casos en la Historia de este
castigado país nuestro donde alguien tuviera que capear un mayor temporal
subido en una frágil barquita. La muerte de su Amparo del alma a causa de un
cáncer en 2001 y, fundamentalmente, la de su adorada hija Mariam por la misma
causa en 2003 terminaron por derrumbar a un hombre que parecía indesmayable. Nunca volvió a ser el de antes y se prodigaba
poquísimo en actos públicos y/o políticos. Afortunadamente, como siempre pasa
por estos pagos, los años lo han terminado por encumbrar y la Historia lo ha puesto en
el olimpo de los personajes que han hecho patria sin tener que empuñar más
armas que la que dimana de la razón y la concordia. Pudo saborear su bien ganado prestigio
popular antes de que el maldito Alzheimer le borrara la memoria a aquel que
representaba la Memoria
de la Transición
española (¡que triste paradoja!). Ahora todos los medios de Comunicación se
llenarán de artículos laudatorios y muchos de los que en vida lo “machacaron”
se deshacen en elogios de todo tipo. Amigos, esto es España una tierra donde es
necesario morirse para que se valoren los méritos contraídos en vida. Cuando la política está atravesando en
nuestro país uno de sus momentos de menor credibilidad, políticos como don
Adolfo Suárez nos reivindica con la verdad de las cosas. Descanse en paz aquel que supo tirar del carro
de la Democracia
española entre ruidos de sables
cuarteleros y demócratas de pastiche. Los ciudadanos españoles de bien le
estaremos eternamente agradecidos por lo que hizo y, lo más importante, por
como lo hizo. Se llamaba, nunca debíamos
olvidarlo, don Adolfo Suárez González y era natural de un pueblo de Ávila
llamado Cebreros.
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