domingo, 23 de marzo de 2014

Voces y ecos





Dice Antonio Muñoz Molina que “el espejo del alma es la voz”.  Rigurosamente cierto.  Tengo, afortunadamente y gracias a Dios y a los genes, una memoria fotográfica. Recuerdo con total exactitud las voces de las personas que quise y me quisieron. Cuando veo a alguna de ellas en una foto antiguo lo primero que se me viene a la memoria es el tono de su voz. Incluso la de mi abuela Teresa que falleció cuando yo tenía diecisiete años de edad la recuerdo con absoluta nitidez. Voces que te aconsejaban, te reñían, te recriminaban o que, fundamentalmente, te mostraban su afecto a través de la dulzura.  Unas veces recias y varoniles y otras melosas y femeninas. Voces del alma atrapadas amorosamente entre las enredaderas de la memoria.  Leer consiste en susurrar lo que otros te van contando. Escribir es contar cosas en voz baja con la esperanza de que otros las repitan para sus adentros. El ser humano siempre, absolutamente siempre, quiere y necesita que lo escuchen. Voces y ecos; ecos y voces. Siempre me gustaron las buenas películas en sus versiones originales y subtituladas. Un actor es prioritariamente lo que su voz determina. Actores de la antigua radio y actores de doblaje que no necesitaban proporcionarnos su físico para demostrarnos su talento interpretativo. Bastaba con poner la voz para que fuera atrapada por las almas sensibles. Estoy convencido de que las voces, nuestras voces más queridas, siempre permanecerán con nosotros hasta el final de nuestros días. Habla el viento silbando entre los olivos en las noches invernales. Lo hace el mar cuando las olas se encrespan o cuando, en las noches de verano, duermen placidamente en sus orillas.  Habla la lluvia cuando cae lentamente en otoño sobre los patios sevillanos. Lo hacen las velas con su lento crepitar en las capillas de rezos compartidos.  Habla Dios; habla la Naturaleza y habla el Hombre.  Las voces y los ecos.

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