Caminamos entre las sombras buscando la luz como los locos buscan la
cordura y los cuerdos la locura.
Deambulamos por las calles de la Ciudad portando cirios y cruces para que Dios no
se olvidara de nosotros. Nos paramos brevemente a beber en la fuente de la
eterna juventud. Amamos y sufrimos a partes iguales. Apuramos las noches
interminables de los flamencos de antaño. Nos pegamos al oído las caracolas de
la mar para poder escuchar la sinfonía del canto de las sirenas. Para ver el
horizonte nos subimos en las copas de las palmeras en las islas desiertas. Ofrecimos pan al hambriento y agua al
sediento. Ebrios de pena y dicha dimos dolorosos pésames y gozosos parabienes.
Nos emocionamos con la poesía del alma y sentimos escalofríos con las bombas de
racimo. Nos dormimos con una canción de cuna materna y nos despertamos
revueltos entre sabanas de seda. Nos emborrachamos con el vino de la amistad y
despejamos presurosos los balones que amenazaban nuestra portería. Ayudamos a
tender la ropa limpia a nuestras madres y hermanas. Aguantamos estoicos la
embestida del toro de la vida y bailamos enamorados al son que marcaban “The
Beatles”. Enroscamos los tapones de los botes de Kanfor para dejar descansar a
zapatos y paredes. Dijimos un “Si
quiero” cuando lo que procedía era un “Me lo pensaré más despacio”. Pasábamos por allí y, visto lo visto,
decidimos marcharnos para siempre. Nadie se acordará de nosotros cuando hayamos
vuelto. Sombras fugaces e ilusionadas reflejadas en las paredes de la Ciudad. Receptores de un cante por
Soleá grabado a sangre y fuego en las paredes del alma. Efímeras quimeras borradas por el paso del
tiempo.
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