Existen una y mil maneras de convocar al necesario mundo de las
ilusiones. Ilusionarse es esperar que nos lleguen cosas nuevas o cuando menos
distintas a las actuales. Mal vamos cuando lo vivido supera en expectativas a
lo que nos queda por vivir. Conozco muchos casos de personas que solo se
ilusionan volviendo la vista atrás. Sinceramente, aún asumiendo que hay
circunstancias personales donde la ilusión ni está ni se le espera no sabría
vivir sin la misma. Suelo leer desde niño mucha poesía y la considero el
necesario bálsamo para la opresiva vida cotidiana. Siempre me han llamado
poderosamente la atención aquellos grandes poetas que utilizaron –y utilizan-
fundamentalmente en sus poemas el desamor, la nostalgia por los paraísos
perdidos y la soledad más desgarradora. ¿Esto es el resultado residual de la
existencia humana¿ ¿No hay nada más para
recoger en un hermoso poema? ¿Debemos
por tanto constatar que ambas, poesía y pena, empiezan con la misma letra del
abecedario? No lo creo así de ninguna de las maneras y, afortunadamente, la Literatura está repleta
de grandes poetas (con Walt Whitman a la cabeza) que representaron un canto a
la esperanza. Puede que sea verdad que
la vida discurra en un “valle de lágrimas” pero siempre nos quedará la ilusión
de encontrar nuevos momentos de felicidad.
Insisto, a ciertas edades es determinante como te haya tratado la vida y
sus circunstancias. No tengo reparos en reconocer que estoy pasando la mejor
etapa de mi vida. Mis nietos han supuesto el empujón definitivo que necesitaba
para que todo cobre sentido. Creo que estoy en paz con Dios y los hombres y
mantengo incontaminado y firme mi espíritu rebelde, inquieto y solidario. Cada
nuevo día que Dios o la vida me regala intento aprovecharlo sin desperdiciar un
solo minuto. Pasará lo que tenga que
pasar pero que me quiten lo soñado y sentido. Es cierto, rotundamente cierto,
que de ilusión también se vive.
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