No tengo reparos en reconocer que considero a los fundamentalistas mis
únicos enemigos potenciales. El concepto de “Fundamentalismo” nace de una
concepción totalitaria religiosa (primero islamista y posteriormente cristiana)
que trata de suplir la fuerza de la razón por la razón de la fuerza. Después el abanico se abrió cubriendo todo el
panorama político, social, cultural o sentimental de la Sociedad en su conjunto.
Hoy los fundamentalistas cubren la
Tierra procurando que nunca se apaguen las hogueras del
absolutismo y la sinrazón. Cuando, en las altas esferas, el Fundamentalismo se
organiza de manera corporativa puede provocar, y a la Historia me remito,
grandes masacres. Me considero ideológicamente encuadrado dentro de la
izquierda democrática (social-democracia por más señas) y esto no es óbice para
tener grandes amigos enmarcados dentro de una ideología de Derechas. Lo
importante es ser de verdad una persona solidaria y decente, con el añadido de
configurarse como un demócrata en el fondo y en la forma (he conocido
absolutistas de izquierdas y demócratas de derecha y, evidentemente, también al
revés). Ni la Izquierda representa el
culmen de las bondades ni la
Derecha simboliza las cavernas de Lucifer. Ni, evidentemente,
tampoco al contrario. Las cosas cuando se analizan objetiva y rigurosamente
suelen ser menos convencionales de lo que parecen. La sempiterna teoría de que
ni todas las brujas son malas ni tampoco todas las princesas son buenas. A
través de los sentimientos inculcados por mis ancestros sevillanos soy bético
pero, eso sí, con grandes amigos sevillistas. Puede que esta apreciación no sea
políticamente correcta pero por encima de todo soy un sevillano en permanente
militancia. Sevilla o Betis; Betis o Sevilla como dos formas sevillanas de
buscar la sociabilidad a través de la amistad. Los fundamentalistas consiguen,
a que negarlo, provocar en mí un claro desosiego. No esperamos de ellos nada bueno y ellos
saben que no deben esperar de nosotros
nada malo. Ahí están permanentemente
prestos paras verter su veneno sobre la racionalidad de las cosas. Siempre
terminan por aparecer cuando menos lo esperamos. Son violentos, verbal o
físicamente, por así configurarlos su propia naturaleza. Ellos y, fundamentalmente,
aquellos que camuflados les prestan su connivencia. Bien haremos en cubrirnos
cuerpos y almas para que sus venenosos dardos no lleguen a alcanzarnos. Como
diría Machado…”Mala gente que camina y va apestando la tierra”.
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