Era una tarde de mayo realmente esplendorosa. Por una serie de
circunstancias llego a la
Estación de Santa Justa (¿y Rufina? Las autoridades de
Sevilla han conseguido separar a las dos hermanas más celebres de la Ciudad) mucho antes de la
hora prevista. Voy como cada semana a Dos Hermanas, la tierra de Juan Talega, a
ver a mis nietos. Me siento en un andén que está prácticamente vacío. A través
de los auriculares de mi MP4 escuchó cantar a Camarón el tema “Como el agua”. La Isla de San Fernando en el
recuerdo a través de la inigualable voz del “Pijote” y el presente en Anne
Hidalgo una cañaílla recientemente nombrada Alcaldesa de París. “Isla de León donde se rindió el coloso
llamado Napoleón”. Observo entre los
raíles a un gorrioncillo que picotea compulsivamente un trozo de pizza que
alguien habrá arrojado antes de subirse a algún tren. Es una lucha inútil la de
este gorrioncillo pues es como si picoteara un trozo de teja. Hay dos trenes de
larga distancia a punto de salir. Uno con dirección a Cádiz de la salada
claridad. Terruño sublime de Pericón y Fernando Quiñones y donde a Dios se le
fue la mano en la sal. El otro tren se
marcha a Córdoba la llana. Tierra de nacencia de Manolete y Séneca y adoptiva
de querencia de Antonio Gala. Córdoba flamenca de postín en la guitarra de
Vicente Amigo y en el inigualable eco gitano de “El Pele”. Una muchacha a punto
de subirse al tren gaditano se funde en
un eterno beso con un muchacho que la está despidiendo. Está a punto, por culpa del prolongado beso,
de perder el tren. Pero un sentido beso justifica perderlo casi todo. Poco a
poco el andén se va poblando de unos pasajeros variopintos que llegan al
encuentro del tren de cercanías que nace en la Lora del Río de la genial Gracia Montes y muere
en la Utrera
de las inmortales Fernanda y Bernarda. ¿Qué tierra puede proporcionar más arte
que esta Andalucía de nuestros amores y desvelos? Compruebo que el gorrioncillo ya levantó el
vuelo no sin antes dejarse medio pico en buscarse su sustento. Todo vuelve a la
normalidad y todos, con ella, volvemos a subirnos en la noria de la realidad de
horarios y costumbres. Soñar y pensar con las pequeñas cosas que la vida pone a
nuestro alcance es una manera de estar en paz con Dios y los hombres. Basta un
simple gorrioncillo para notar la omnipresente
presencia del Sumo Hacedor en casi todas las cosas. No existe peor ciego que el no quiere ver.
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