lunes, 19 de mayo de 2014

Gorrioncillo entre raíles





Era una tarde de mayo realmente esplendorosa. Por una serie de circunstancias llego a la Estación de Santa Justa (¿y Rufina? Las autoridades de Sevilla han conseguido separar a las dos hermanas más celebres de la Ciudad) mucho antes de la hora prevista. Voy como cada semana a Dos Hermanas, la tierra de Juan Talega, a ver a mis nietos. Me siento en un andén que está prácticamente vacío. A través de los auriculares de mi MP4 escuchó cantar a Camarón el tema “Como el agua”. La Isla de San Fernando en el recuerdo a través de la inigualable voz del “Pijote” y el presente en Anne Hidalgo una cañaílla recientemente nombrada Alcaldesa de París. “Isla de León donde se rindió el coloso llamado Napoleón”.  Observo entre los raíles a un gorrioncillo que picotea compulsivamente un trozo de pizza que alguien habrá arrojado antes de subirse a algún tren. Es una lucha inútil la de este gorrioncillo pues es como si picoteara un trozo de teja. Hay dos trenes de larga distancia a punto de salir. Uno con dirección a Cádiz de la salada claridad. Terruño sublime de Pericón y Fernando Quiñones y donde a Dios se le fue la mano en la sal.  El otro tren se marcha a Córdoba la llana. Tierra de nacencia de Manolete y Séneca y adoptiva de querencia de Antonio Gala. Córdoba flamenca de postín en la guitarra de Vicente Amigo y en el inigualable eco gitano de “El Pele”. Una muchacha a punto de subirse al tren gaditano se funde en  un eterno beso con un muchacho que la está despidiendo.  Está a punto, por culpa del prolongado beso, de perder el tren. Pero un sentido beso justifica perderlo casi todo. Poco a poco el andén se va poblando de unos pasajeros variopintos que llegan al encuentro del tren de cercanías que nace en la Lora del Río de la genial Gracia Montes y muere en la Utrera de las inmortales Fernanda y Bernarda. ¿Qué tierra puede proporcionar más arte que esta Andalucía de nuestros amores y desvelos?  Compruebo que el gorrioncillo ya levantó el vuelo no sin antes dejarse medio pico en buscarse su sustento. Todo vuelve a la normalidad y todos, con ella, volvemos a subirnos en la noria de la realidad de horarios y costumbres. Soñar y pensar con las pequeñas cosas que la vida pone a nuestro alcance es una manera de estar en paz con Dios y los hombres. Basta un simple gorrioncillo para notar la omnipresente  presencia del Sumo Hacedor en casi todas las cosas.  No existe peor ciego que el no quiere ver.

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